Un viaje así

Un día te cansás de llorar, y empezás a sacudirte la tristeza como si fuera tierra en la ropa.
Remontás la angustia y te acordás de las palabras que definen la sonrisa. 
Un día empezás a vivir otra vez.
Una mañana soleada y cálida recuperás el control; te metés por la fuerza en la cabina y tomás el mando de los días que te esperan.
Le hacés frente al espejo y le prometés a esos ojos casi extraños que te miran: Que ya no vas a llorar por nadie más que no merezca el llanto. Que les vas a pagar todas las deudas de sonrisas que les debés. Risa sobre risa se las vas a pagar.
Te parás de cara a la noche y les gritás a esos fantasmas que se esconden en la negrura que no les tenés miedo. 
Que vengan, nomás. 
Que ya no les tenés miedo.
Un día te abrazás a la vida como a un pedazo de madera en medio del naufrágio.
Es ese día en el que te ponés de pie, sacudiéndote la derrota como si fuera polvo en la ropa, y encerrás el pasado bien adentro de la jaula del olvido.
Un día estás parado en la línea de partida otra vez. Dispuesto a recorrer el camino que haya que recorrer. 
Es un día de sol en plena primavera, como todos los días felices. Te dejás llevar por la brisa, por el olor del campo, del pasto recién cortado, de las calles de tierra regadas por la lluvia...
Y empezás otra vez a viajar.
Hacia lo desconocido. Hacia las tierras salvajes donde aguardan monstruos caídos del mapa, pero también paraísos insospechados.
Hacia los besos que te resta saborear. Hacia el silencio y la calma. Hacia el rugido y la agitación visceral. Hacia el destino de barro que espera ser moldeado. Hacia el caos del que nace todo lo nuevo. Hacia la piel. Hacia las raíces que se entierran en el pubis del universo y le arrancan un grito colosal que salpica estrellas como si fueran gotitas de saliva. 
Hasta la playa solitaria en la que te quedarás mirándote, oyendo el rugir del mar y sintiéndote por fin en casa.
Un viaje desde y hacia tu destino.
Un viaje para el cual es necesario este primer paso que das ahora, con la mirada puesta en algo que está más allá; Con las manos apretando tan fuerte las manijas de los bolsos que se ponen blancos los nudillos, pero no te das cuenta; Con la sensación de que por fin las máquinas de la felicidad se han puesto en marcha de nuevo.
Un viaje así...
Un viaje a la realidad.


Evidencias de que llega la primavera

Evidencia 1: Hoy al amanecer el sol entró de un modo diferente por entre las cortinas, como llamándome y reclamando mi presencia.

Evidencia 2: Vos, y tu modo de mirarme.

Evidencia 3: Esas ganas de salir al aire, al sol, a la vida, Ese correr furioso de la sangre en las venas.

Evidencia 4: Los "panaderos" de diente de león. Poquitos. Los primeros, que aparecen abriendo camino a muchos otros que llegarán más adelante.

Evidencia 5: La flor del patio. Ella solita se basta para gritarle al mundo que la vida está triunfando de nuevo.

Evidencia 6: La niebla suave de la mañana. Una montaña de algodón desmenuzado en el horizonte.

Evidencia 7: El pájaro que detuvo su vuelo esta tarde en el marco de la ventana. Nos miramos. Y se fue volando sin haberse asustado.

Evidencia 8: Las canciones de la radio, que son las mismas, siempre repetidas, girando en una calesita sin final, pero ahora parecen significar otra cosa.

Evidencia 9: A uno se le hace que, después de todo, tal vez se pueda volver abuscar la fe, la esperanza y el amor, al punto del camino en el que los hayamos dejado.

Evidencia 10: La sensación de que algo mucho mejor está llegando... 

03-09-14 - CÓMO ENCONTRARTE (En diez sencillos pasos)

1- Querer encontrarte. Por que sí, porque estaría bueno. Porque de alguna manera hay que arrimarse a pedirle a la vida las sonrisas y los besos que nos debe. Arrimarse a la vida como a un mostrador. Asomarse al amor como a una ventana. Siempre sabiendo que lo que vale está más allá de nuestro alcance; pero con la certeza de que lo que queremos es buscar,más que poseer.
2- En fin: Salir temprano de casa con una sonrisa de triunfo anticipado, o de derrota bien disimulada, que se ven casi idénticas.
3- Ir por el camino. Pensar en lo bueno que sería encontrarte.
4- Pensar también en lo bueno que sería encontrarte ahora, en la calle, de pasada, y que tal vez tengas tiempo para un café, o una charla, o uno o dos siglos de amor.
5- Llegar a destino sin haberte encontrado, y aún así no ceder al desánimo. Poner cara de no-me-importa
6- Transcurrir el día pasando de hora en hora como si se estuviera atravezando paredes cada vez más gruesas.
7- Llegar a eso de las ocho de la noche, cuando el sol ya se escondió, pensando que no, que no hay esperanzas de encontrarte. Y sintiendo un poquito de dolor de cabeza que probablemente sea el fruto de tanto encarar paredes en el punto 6.
8- Prender la tele. No encontrar nada bueno para ver. Poner un disco. Sacar el disco. Poner otro. Sacarlo. Buscar el libro ese de Wilbur Smith. Recordar que lo tenés vos y que prestártelo no fue una buena idea porque seguramente no lo leerás, pero si lo leés te vas a querer ir a África, como les pasa a todas las chicas como vos que lo leen. Y peor aún: Sospechar que tal vez ya te fuiste y estás en algún lugar cerca de Table Mountain mientras se te busca en este cacho de llanura embarrada al oste de Buenos Aires.
9- Pensar en llamarte para preguntarte si por casualidad no tenés el libro de Smith y al instante cambiar de idea, más que nada porque ahora el sueño está llegando y el saldo de todos los cabezasos a las paredes se hace notar.
10- Sentir que los párpados van cayéndose despacio, y que el mundo gira cada vez más lentamente. Y ceder finalmente ante el sueño. Y tal vez -quién sabe- soñar con vos.

Amenazas de primavera

Amenazas de primavera en el aire de agosto... Una advertencia de que algo mejor está a las puertas y no hay que dejarlo pasar. Cuando llegue, no habrá silencio ni soledad que puedan detenerlo. 
La felicidad, a la que yo identifico inevitablemente con el calor, porque siempre hacía calor en esos momentos. La felicidad, decía, no puede andar muy lejos... Tiene que estar en cualquier sitio por acá cerca, dejándose encontrar, con esa sencillez de niña que tiene la felicidad; Con esa inocencia de ojos inmensamente abiertos de asombro; Con esa propiedad de lágrima que al brotar define lo indefinible. Nadie puede resistirse a una lágrima, y menos si es de felicidad. A ver si se entiende de una vez, y lo digo para todos: Yo voy directo a la felicidad. Sin escalas a la risa, al momento de plenitud en el que todo lo otro cobra sentido. Yo no quiero la lágrima. No amo el ceño ni la frialdad de la mirada. No me resigno, ¿Ok?.
No voy a dejar de patear la puerta.
Ese bello romanticismo del sufrimiento se lo dejo a los que nunca han sufrido de veras; Que los que no conocen de problemas reales sigan encargándose de los problemas imaginarios. Mientras ellos definen sus propias cosmogonías, yo me limito a creer. A Creer que algo viene y es mejor. Inventemos, pues, una sonrisa con los ingredientes que tenemos.
Seremos libres. Conscientes, despiertos, y felices, que es la única manera de ser libres que vale la pena.
Ahora que el aire es tibio y hay, como ya se ha dicho, amenazas de primavera cerniéndose como fantasmas buenos en el aire de agosto, todo lo antedicho parece más posible. Sentemos en el trono a la sonrisa, que de eso se trata.
Tal vez alguno o todos los que leen esto puedan ayudar...

#ViajeAlaRealidad

Amantes del silencio

Amantes del silencio. Eso somos. Lo acariciamos, nos ganamos su confianza. Y justo en ese instante, metemos la palabra. La palabra se clava en la carne del silencio y queda ahí, incrustada, resaltando, diciendo. 
La palabra existe porque el silencio la lleva puesta. 
Lo que decimos es una manchita en el cuero suave del silencio. 
La esencia de lo que decimos está en ese espacio entre una palabra y otra. Las palabras más bellas son esas que mejor adornan la piel del silencio. 

Entrás al ISER, y si todo va muy bien, en tres años tenés chapa de Locutor, con un número que certifica que ya sabés manejar las palabras. 

Después te lleva toda la vida aprender a seducir al silencio.

Gracias a todos los que me saludan en el Día del Locutor!!!

27-06-14 Curar

Curar. Sanar el tiempo. 
Recomponer la melodía,
Entresacándola del ruido.
Reanudar la trama.
Retomar como se pueda el hilo del relato.
Reabastecerse de sonrisas y seguir.
La carretera interminable desde el miedo
Hacia la luz y la esperanza.
Descorrer cortinas viejas y raídas.
Componer otros poemas que te nombren
Sin nombrarte.
Saltar todas las paredes.
Quemar todos los barcos y los puentes.
Tapiar todas las puertas de emergencia
Para no volver atrás.
Para no escapar de las palabras 
Y decirlas de una vez.

Curarte, que es lo mismo que olvidarte. 
Con las manos y los labios.
Con las venas y los huesos.
Con la piel y los cartílagos.
Con el sudor y la saliva.
Con las múltiples maneras de llamar
A eso que flota acá, en mi adentro.

Construir, deconstruir, nacer de nuevo
Y volver cada vez más sabio.
Más intenso.

Curar. Sanar de nuevo.

Y después será el momento de empezar
A comprar nuevas ilusiones a otra boca,
Ver crecer las margaritas desde abajo,
O ser feliz con cada célula del cuerpo…

Niebla de vos

No te dedico más temas en la radio
Ni te compro más regalos
Aunque siempre quieras más
No te espero más, ni espero
Que me esperes en el chat

No te escucho más ni quiero
que me escribas confesando
Desamores verdaderos
o los otros que inventás
Aunque llega un nuevo invierno
Y es de noche, y me llamás

No hay más luces encendidas
para vos que llegás tarde
y al volver la luz del día
te marchás
sin saludar
No te escribo más poesías
Ni derrocho margaritas
ni te dejo ilusionarme
nunca más...

No te cuento más las cosas
que aprendí dando tropiezos
ni tampoco desperdicio más consejos
ni ese viejo acto-reflejo
de volverme a enamorar

Nunca más...

Tarde, y a deshora,
te confieso que te quiero
pero ya aprendí que eso
no te importa ni es sincera
tu propuesta de amistad

Si no somos el amor
que no seamos ni lo inverso
que no queden ni las llamas
ni cenizas de los versos
que escribí pensando en vos
ya no serás ni la pasión
Ni la esperanza ni el aliento
No serás más que recuerdo
Y nada más
Niebla de vos

Risa

De génesis imprecisa, de aparición imprecisa. Improbable. Rayos de sol que la ventana tira adentro sin saber cuánto la vida debe a un poco de esa luz. De generación casi espontánea, saliendo de un rincón del universo y recreándose a si misma.
Vuelve como el agua que la tierra se ha tragado cuando nace y vive en las hojas de un árbol.
No hay modo de matarla. No hay modo de romperla. No hay manera de que el invierno la reclame. No hay un día en el que el gris oscuro de la noche no se quiebre con un golpe de tu risa.

El Flaco - Lección 1

"Enamorarse es lo peor", dice el flaco, y se recuesta en el sillón, como si fuera a dar un discurso de esos que cambian el mundo, tipo "Tengo un sueño"
Pero el flaco no es tan altruista ni tan noble ni tan inteligente como el Dr. King. Eso sí: Está convencido de que sabe todo sobre el amor. Y le gusta dar clases.
"Enamorarse es lo peor", suelta el flacó, y sigue: "Cuando te enamorás es como si te prendieran un ventilador adentro de la cabeza. Te empieza a agitar los papeles y ya no podés concentrarte en todas las minas del mundo, como corresponde. ¿Entendés por qué es una tragedia? Mirá que hay muchas... y sin embargo a vos de golpe te gusta una sola. Y esa es siempre la que no te da bola, la que está en otra o directamente te odia. Llega una noche en la que te das cuenta de que podrías estar perfectamente acompañado, y sin embargo estás solo, esperando un milagro que no va a llegar nunca. Al final, enamorarse es la manera más segura de quedarse solo"

Monstruito

El amor es un monstruito bueno que ignora su propio nombre. 
Una deliciosa falla en la Matrix. 
Un chiste que sólo hace reir a unos pocos. 
Una ilusión tímida, que casi nunca sobrevive al paso del tiempo. 
Pero cuando lo logra...
Eso es el amor: 
Agarrar una soga a punto de cortarse y tirarte con ella al precipicio esperando que por esta vez resista. 
Es una señal de auxilio que casi nunca es vista por la persona indicada. 
Un puzzle con millones de piezas. 
Pero, antes que nada, es un monstruito que no asusta a nadie. Tan chiquito y enfermo. Y tan confundido que casi nunca sabe cuál es su propio nombre.

Musas

Ellas son tan histéricas. Tan difíciles de entender. Tan impredecibles. 
Y tan imprescindibles.
Tienen el poder de dejarte pegado a sus espaldas cuando se van. Tienen el poder de arrastrarte atado por el hilo suave de su aroma.
Una o muchas; Dos, en mi caso.
Pero a veces más, ahora que lo pienso. 
Ellas son tan histéricas, tan locas, tan odiosas. Pero tan lindas.
Son tan malas, tan crueles, tan abandónicas.
Descuartizadoras de neuronas, chupasangres del ego, incendiarias de autoestimas.
Ellas saben exactamente dónde y cuándo tocarte. Conocen interruptores que habitan ocultos en vos hasta que ellas desempolvan los trastos viejos de tu memoria y te dan de comer placer o espanto o las dos cosas al mismo tiempo.
Ellas son las únicas que saben definir al amor, pero esa definición te la entregan de una manera borrosa, casi ilegible. Te dan ese papel ajado en el que ellas escribieron con la tinta de lágrimas viejas la más magnífica definición del amor; Pero te lo dan ahora, cuando ya casi no se entiende nada lo que dice.
Ellas son tan poderosamente ellas, que están en todas partes y se prueban muchas caras y muchos cuerpos y sin embargo no dejan de ser las que eran. Dos en mi caso, pero a veces muchas más.
Y son tan odiables, tan indignantes, tan descuidadas de uno, tan dolorosas, tan dementes.
Esclavas de la libertad y amantes del cautiverio. Hijas de una mente de la que son madres y nodrizas y maestras y acusadoras y condenadoras y verdugos y enterradoras y redentoras y madres otra vez...
Ellas, las más hermosas. Las más amadas. Las hijas de un dolor que muere en el placer y vuelve en belleza y en vida.
Ellas, las esperadas.
Ahora mismo yo las espero. Cuando lleguen con su huracán de color y furia convertida en letras y sonidos, estaré acá, esperándolas.
Tal vez vengan, o no. No importa. Tal vez estén entregándose a otro con las mismas ganas con las que solían amarme, y tampoco importa.
Sólo importa saber que van a venir. Tarde o temprano van a llegar, y acá estaré...
Musas. Así las llaman.
Tratar de describirlas es la peor de las incoherencias, porque sólo son ellas relatándose a sí mismas, y el que escribe esto hace rato que no participa en el relato…
Que acá, al final, ponga “Damián”, si quiere. Que firme como quiera...
Ahora todos saben que fuimos nosotras las que escribimos estas líneas.
Y todas las demás…

Aspiramos tanto a ser Julio

Porque todos los fuegos son el fuego, todos los escritores que quieren hacer algo genial son Julio, y sin embargo tan poco Julio, tan insuficientemente Julio. El truco, el artificio que sigue cobrando víctimas, está en esa seguridad que tenés cuando se te da por empezar a escribir. 
Porque parece tan fácil, tan jodidamente fácil, eso de hacerle el amor a una metáfora una y otra vez pero siempre de una manera diferente, que no puede ser que vos no lo logres. Vos, yo, el tipo que se acaba de parar en la calle y mira una moneda tirada en la vereda y después sigue su camino…
Cualquiera parece poder escribir un cuento sobre un cronopio que se echa a dormir a  la sombra de una flor. No se trata de tramas laberínticas, ni de complejos mecanismos de relojería en los que cada engranaje-palabra es imprescindible como el verbo mismo. 
No puede ser tan difícil, che. 
Y entonces uno empieza a imaginar la andanzas posibles del cronopio y no sale nada digno, nada que supere la media de todos los que lo intentaron antes o lo intentarán después. Leés las dos o tres líneas que escribiste y la fila de hormiguitas que corren de izquierda a derecha se rebelan, como un grupo de alumnos de quinto grado que no están conformes con representar el drama de fin de curso y entonces en pleno escenario, cuando ya toda resistencia es inútil y la vergüenza y el oprobio los acribillan con cincuenta miradas de mamás orgullosas, ensayan su última revolución moviéndose como estatuas, olvidándose los parlamentos, parándose en el lugar equivocado, todo bajo el tul suave y melancólico de las maldiciones de maestras frustradas que no pueden hacer otra cosa que sonreír fingiendo que todo está bien y el cruce de los andes mucho antes de la batalla de Suipacha pero mucho después de las invasiones inglesas. Todo el relato como escrito con tinta roja de maestra enojada. 
Y siempre esa recurrencia del sueño, esa vana repetición del sueño. Volver a escribir tratando de ser Julio, cuando vos, Julio, no trataste nunca de ser vos, y capaz que ahí estaba la clave para encontrar el cuento que te haga justicia. Pero el tipo de la moneda se da cuenta de que nadie lo estaba mirando y entonces por qué no volver a tomar lo que por ley del destino le pertenece. Pero cuando se agacha descubre que ahí, en el piso, la redondez chata no es más que la punta del hilo que lleva a una trampa, porque la moneda está pegada al piso. El tipo no cede y trata de clavarle las uñas al lugar en el que la moneda se adhiere a la baldosa, pero no encuentra un solo lugar por el que empezar a ablandar la resistencia. Después, mucho después, se incorpora mirando con vergüenza para todos lados y sintiéndose tan violeta. Todavía atina a darle unos golpecitos con el taco del zapato. Una medida inútil que obviamente no da resultado. Así es que se va, dejando escapar un silbido melancólico y con las manos en los bolsillos en los que falta y faltará siempre esa moneda pegoteada que pudo ser suya y de hecho lo fue, pero nunca fue suya.
El escritor entonces viene a ser más que nunca un cronopio desdichado y húmedo.
Sin embargo, de vez en cuando alguien logra despegar la moneda y unas líneas cortazarianamente correctas se dejan apoyar en el papel para que el sueño de escribir tan bien, tan envidiablemente bien como Julio siga vivo. 
Son gente casi de otro mundo. Elegidos. O irreverentes que ya no le temen al fantasma de Cortázar y se le arriman de a poco, por donde se pueda, pero se le van arrimando. Esos privilegiados, que indudablemente hicieron un pacto con el diablo en un ritual presidido por La Maga, ofrendando un paraguas viejo arrojado desde algún puente…  
Y uno, entre ellos; tan pobrecito…  

Aventuras de un segundo suicida

Que cada segundo de vida sea este segundo, que se balancea en la amenaza de irse y nos obliga a vivirlo de la manera más intensa posible.
Que la eternidad se almacene en cada sonrisa tuya o mía.
Que los que te han dado un momento de felicidad reciban la felicidad a cambio.
Que el aire que ambos respiramos se más puro que ayer. Que las fábricas de humo se chupen su propia muerte, que revienten y que al explotar caigan sus pedazos convertidos en una lluvia de flores.
Que el verano del primer beso sea eterno.
Que cada segundo de vida sea este segundo loco que se ríe parado en la corniza, que juega a que se tira y nos obliga a correr y agarrarlo, porque ya lo vemos irse al vacío.
Que cada chico del mundo amanezca abrigado, alimentado, rodeado de amor.
Que hablemos menos del pecado, y más de la gracia.
Que una o dos veces al día nos acordemos de que hay alguien que nos necesita.
Que al menos una o dos veces al día nos asomemos a la felicidad de hacer felices a los demás.
Que cada segundo de vida sea este segundo demente que pone una pierna a cada lado de la baranda y se ríe a carcajadas de nuestra desesperación por retenerlo de este lado.
Que aprendamos a amar el nudo del relato, la trama incómoda que nos lleva de a poco a la felicidad.
Que seamos libres del miedo. Así, cortito, simple: Libres del miedo. 
Que nos animemos a pensar y soñar más allá de nuestras cabezas.
Que cuestionemos más a los que nos dicen la verdad y le demos al menos una oportunidad al discurso de los locos.
Que los burócratas del mundo se coman todos sus papeles, planillas y formularios y que les caigan muy mal.
Que los seis o siete capitalistas del mundo que acumulan suficiente plata como para alimentar al resto de la humanidad, se coman todos sus billetes, y les caigan muy mal.
Que los que discriminan al diferente se coman sus palabras y les caigan pesimamente mal.
Que los que desprecian la vida tengan tanta vida como se merecen.
Que cada segundo de vida sea este segundo que vuelve a nuestros brazos, pero se arrepiente y corre de nuevo a tirarse, y se tira, y en plena caída se detiene, rebota en un punto invisible y vuelve hacia la cornisa. Pero queda incómodamente parado, haciendo piruetas al borde de caer.
Que podamos salvar a este segundo que insiste en irse. Que encontremos la única manera de salvarle la vida a este segundo que ahora vuelve a perder el equilibrio y se va inclinando de poquito. 
Que amemos con tanta intensidad, con tal fuerza, con una fiereza tan grande, que cada segundo sea como este sgundo. Este segundo que tiene firmada su sentencia de muerte, que no puede ser apresado entre los dedos. 
Que amemos de modo tal que este segundo que ya cae, que ya se estrella, que ya casi muere, sea eterno...

23-11-13 Aullidos

Quizás porque hasta las bestias se van civilizando con el tiempo, en un barrio como Las 14, en el que hay más perros que gente, han ido desapareciendo del paisaje sonoro los aullidos. No hablo del aullido triste de un perrito solitario que espera a su dueño en el fondo de algún terreno oscuro y se divierte tratando de alcanzar a la luna con la lanza de su voz aguda. 
Eso todavía existe. 
Pero yo recuerdo los grandes conciertos de aullidos de las noches de verano, hace no muchos años. 
Eran unas veladas en las que, espontáneamente, un aullido llamaba a otro, y la red se iba haciendo cada vez más grande. Recuerdo a esa secta de cuadrúpedos adoradores de la luna, bohemios amantes de la soledad, con sus pelajes repentinamente azulados en la tenue luz nocturna. 
La enormidad de los aullidos lejanos, todos juntos; y luego el perro de uno, cuando se unía, apelando a la manera escalonada de ir tanteando el aire con la cabeza antes de largarse a aullar plenamente, que suele caracterizar a estos animales. Una especie de cabeceo suave en el que parecen serruchar la brisa con el hocico, mientras se van estirando hacia el cielo, y el aullido se vuelve entonces una prolongación de ellos mismos.
Era de noche. La oscuridad reinaba en este espacio en el que el campo es casi pueblo y también lo opuesto. Desde lejos, aquella Suipacha de hace unos pocos años -de ayer, de hace un rato- era una galaxia que lloraba con mil voces de perros solitarios.
Anoche, sin embargo, volví a escuchar algo parecido a una de esas ceremonias. No tan multitudinaria, es cierto. Pero con muchos aullidos y la misma melancolía de esa época.
Más viejos algunos. Cansados otros. Muchos de ellos atrapados por el burgués conformismo del sillón y el televisor, con la mano del amo acariciándoles las cabezas, algunos de esos perros que yo escuché en mi adolescencia, ya saben -les enseñaron- que el silencio es lo más cómodo. Saben que, si se animaran a soltar uno de esos aullidos de libertad, de rabia, de tristeza, de poderosa furia contenida... Acabarían en el patio, durmiendo a la intemperie. 
Pero estos perros que escuchaba anoche eran otra cosa. Se los notaba feroces, casi decididos a romper el cielo con sus lamentos. Ese aullido que brota desde las entrañas, donde la libertad es el recuerdo de la libertad. 
Porque en ese aullido está el que cada uno de ellos fue en un tiempo. Son libres en ese aullido. Es una canción de esclavos, un murmullo de masas que se revelan, un plan de presos que organizan su fuga, un discurso de muchas voces que suenan juntas, un coro de ferocidades, un resumen de ganas de salir a cazar, una maraña de garras que se excitan ante la idea de ir a buscar el alimento, la urgencia por salir disparados con toda la fuerza que las patas permitan correr, un deseo de que el mundo vuelva a ser infinito y los campos no tengan alambrados, una desesperada necesidad de que alguna presa aparezca entre los pastizales y haya que alcanzarla para poder convertirla en comida, una furia penetrante, una necesidad de que a la luz de la luna los colmillos encuentren la carne tibia para romperla en jirones, un clamor de las entrañas por subir a la luna dando vueltas y vueltas trabados en batalla con otros de su especie, un deseo ardiente de asechar a una hembra y ganar su favor a fuerza de vencer a los contrincantes...
Porque en algún lugar de sus memorias, están los lobos que fueron, los feroces depredadores que fueron, los libres y salvajes perros que recorrían llanuras y sabanas en busca de un día más, sin más preocupación que ser.
En ese aullido está el recuerdo de los que fueron y ya no son. La síntesis de una batalla perdida, la culpa de un combate abandonado, la rabia de que hoy la comida venga de las manos de un hombre y el universo sea cuadrado, con piso de cemento.
Nosotros, los hombres, un poco más adelantados, hace rato que no aullamos. Hace rato que no nos da por ser los que éramos. Ya no miramos la luna con anhelo. Nosotros ya somos todos más o menos iguales al perrito que ahora se echa a los pies de su dueño, lame su mano, mira la televisión como si pudiera distinguir lo que ahí aparece... 
Estaría bueno recuperar los aullidos. 
Aunque sea de vez en cuando.

Máquinas

"Las Maquinas de la felicidad", es el nombre de uno de los libros menos famosos de Ray Bradbury. Siempre me gustó ese título, y creo que hasta escribí algún poema inspirado en esa idea (si no fue a parar al galpón del fondo para deleite de las ratas, puede que esté en algún lado junto a otros papeles). 
Me fascina la idea de que nosotros -vos, yo, todos- somos, en nuestra compleja naturaleza, tan singular, las piezas que accionan la felicidad. 
Somos detonantes de la felicidad, y podemos generarla con sólo proponérnoslo.
Una sonrisa, un apretón de manos en el momento oportuno, una palabra de aliento, un silencio acompañado, y repentinamente el mecanismo se enciende: Un generador enorme alimenta unas lámparas que de golpe se orientan a vos y te iluminan la cara suavemente, como una caricia. 
Una serie de complejas palancas y varillas aceitadísimas te abren los ojos, te pulen la mirada. 
Se oye un potente crujido cuando empieza la lucha de los cables que tiran hacia arriba de la comisura de tus labios, y de a poco se te va dibujando una sonrisa. 
Pero eso es sólo el comienzo, porque al mismo tiempo, las maquinarias están trabajando a todo vapor adentro tuyo, insuflando calor a tu alma, derritiendo el miedo, evaporando la tristeza. 
Una larga cadena de montaje viene desde lejos a descargar toneladas de fe en la explanada de tu alma. 
Una serie de poleas, que se estiran al máximo y rechinan por el esfuerzo, te acelera el ritmo del corazón. 
Las máquinas de la felicidad son perezosas, pero cuando se activan se vuelven imparables. Echan humo y vapor, se agitan, escupen chispas, y así de a poco el sistema se va poniendo en marcha. 
Sonreís.
Y me mirás. 
Y yo, que hasta hace unos segundos también estaba triste, te veo y siento que algo se agita adentro.
Veo lo que no veía antes. Quizá alguna sutileza, un cambio en la tonalidad de tu pelo, un cambio en el tono de tu voz, o el vuelo de tus manos. 
La máquina se enciende; se queja en el esfuerzo, pero se pone en marcha.
El ciclo empieza de nuevo. 
Siempre distinto. 
Cada vez más poderoso.
Desde algún lugar, Dios mira de vez en cuando que todo ande bien, pero no se preocupa demasiado. Confía en sus máquinas. 
Y sabe que somos capaces de hacerlas funcionar a la perfección. 

Contramuerte

Contracorriente. Contra los fríos del invierno. Contra todas las palabras que te duelen. Contra el barro que te empaña la sonrisa. Contra monstruos. 
Revolución de los estómagos vacíos que retuercen su tristeza de canción desafinada.
Grito ardiente, gutural, grito que explota. Que revienta. Grito de médula, de sangre, de esqueleto sacudido. 
Contra el aire que calcina los desiertos.
Contra sangre derramada sin motivo. 
Cotraserpientes. 
Contradestierros. Contra el humo que te nubla la mirada. Contracorrupción. Contramentira. Contrainsatisfacción. Contraconsumo. Contrainacción. Contraolvido. Contrasequía. Contraodio. Contravacío.
Contratristeza (cuesta pronunciarlo, pero vale la pena)
Contratormenta.
Contraestancamiento. Contramoldes. Contraexclusión.
Mi voz te duele en la garganta, porque vos no sos mi voz y mi garganta no te puede ni tragar ni vomitar. Contra la escuálida existencia de los que hacen todo en serio sin saber por qué lo hacen. Contraindicaciones que no suelen escucharse.
Contradelirio. 
Contramiedo. 
Contrasilencio. 
Contramuerte. 

Volverá la luz




Volverá la luz. Vendrá desgarrando el frío, desde la semilla de la chispa enterrada en el polvo de la noche.
Volverá, desdiciendo las palabras hirientes.
Volverá, retrocediendo por el camino que dejó en el aire la copa de cristal cuando caía.
Volverá, recorriendo el camino rojo de la sangre hacia la herida.
Desde la muerte putrefacta hacia la vida que se pierde en laberintos de venas y arterias palpitantes.
Volverá la luz.
La traerán los vagabundos y los locos.
La traerá la chica aquella que me amó sin que yo pudiera amarla.
La traerán todos esos que no tienen más patrimonio que la luz.
Los que fueron echados de sus tierras. Los que buscan a alguien cuando piensan en el cielo.
Volverá la luz.
Será un chiquito que se ríe entre miles de caras pálidas y huecas.
Será un chiquito que nos mira con ojos inmensos de asombro.
Será un chiquito que se ríe de la muerte y del silencio.
Será un chiquito que decreta la luz como si fuera posible obligar por ley al sol a quedarse en el cielo para siempre.
Volverá la luz.
Será un guerrero minúsculo de esos que cuidan la inocencia en las plazas oscuras y los callejones negros, vestidos de frío.
Lo veremos reír, con toda la luz escapándose por aquella ventana que dejó abierta en su boca un diente de leche al marcharse.
Agitará sus manitos entre la multitud para que podamos verlo entre tanta sombra de sombras.
Lo verán reír los soñadores que esperan que la luz gane algún día.
Los que creen en un mundo hecho a la medida de los débiles.
Los que creen en un mundo de tronos pequeños, hechos para que se sienten en ellos los menos importantes.
Ellos lo verán reír... 
Y llevarán su risa rota hecha bandera.
Y construirán lámparas inmensas, colosales, con esa luz de su boca sonriente.
El mundo amanecerá en plena medianoche y saldremos a las calles a ver la luz volviendo, sin que sepamos si en realidad hemos despertado o seguimos soñando.
Volverán las ganas de empezar otra vez...
Volverá la luz...

Catálogo de cosas que te di













Te di todas esas cosas blancas
De aquella vida blanca y especial
Te di todas las palomas, tantas
Que no queda ninguna por soltar

Te di todas esas cosas limpias
Que ayer nos prometimos nunca dar
Te di mucho más de lo que había
Y todo lo que llaman libertad

Te di las gotas de aire que quedaban
Y los tembladerales de mi voz
Te di la iniciación y las llamadas
Que jamás tu voz quebrada contestó

Te di ese sol de enero que se apaga
Si llega a salpicarlo tu rubor
Te di todos los cheques que ganaba
Vendiendo mis imperios de cartón

Te di todas esas cosas blancas
De aquellas madrugadas de cristal
Te di las manos frías en tu espalda
Temblores del espacio sideral

No supe darte  más que el frío
Los planes que salieron mal

Las cosas que jamás dijimos
Se burlan desde el más allá

Lás risas que jamás reímos
Los besos que jamás serán

Se apagan como
el fuego, herido
Por lluvias
De un dolor
Brutal…

Tristeza de
Saber que
Fuimos
Un río
Que
No
Vuelve
Más…


Más de lo mismo

Primero hay que vencer el temor a la hoja en blanco. Ese final del mundo donde te asomás y ves el lomo de los elefantes que sostienen tu conciencia.
Pero después, si te animás, empezás a escribir la sangre.
Empezás a traspirar sangre.
Empezás a orinar la estratosférica ansiedad que te consume el oxígeno antes de que puedas respirarlo.
Esa triste desilusión final: La de descubrir que no sos especial, porque hasta eso que te hace diferente en realidad es pura versión deformada de lo otro, lo que todos son.
Otros van y vienen por la vida sin saber qué sabia y qué luz fotosintéticamente asimilada crean el verde del pasto que pisan. Vos sabés, pero eso no te hace especial
No te hace especial eso, ni ninguna otra cosa. 
Sólo reemplazás una adicción por otra. 
Unos se drogan con marihuana, y vos te drogás con "Continuidad de los parques"
Unos gritan de dolor cuando los hieren, y vos escribís líneas mutiladas picoteando con los dedos el teclado como si fueras un ave enferma.
Ellos bailan, vos escribís la danza de tus tripas.
Ellos ríen, vos convertís en letras la alegría, porque sólo sos feliz entonces.
Ellos sueñan que el amor los abraza para siempre y vos a la misma hora en una cama similar soñás que el olvido de la mujer que amás te deja preñado de versos y cuentos.
Ellos se enamoran de lo que ven, y vos también, aunque de maneras diferentes.
Ellos veneran a un dios pobre y desvencijado, y vos también, aunque tengan rostros más o menos distintos.
Ellos se descuelgan de vez en cuando por tus libros, y vos te dejás caer de vez en cuando por la pobreza absolutoria de sus disfrutes de cotillón.
Ellos aman a quien los recuerda, y vos amás con la misma intensidad a quien te olvida, porque ellos necesitan ser recordados para sentir que no morirán, mientras que vos necesitás que te olviden para sentirte vivo.
Nada es distinto.
Nada.