Trenes del verano

Adónde nos llevaban esos trenes que circulaban por los campos oscuros y polvorientos del verano.

Qué nombres identificaban a esas caras que de vez en cuando aparecían en la intermitencia de los andenes. Gente apurada por subir, bajar, llegar subir, bajar, llegar, subir, bajar, llegar y siempre así hasta el final.

Qué historia fundacional se escondía en cada amontonamiento de lucesitas que aparecían de vez en cuando. Los carteles con nombres de pueblos desconocidos no nos decían nada. Tal vez alguien inventaba cada noche un nombre nuevo y lo colgaba a la vera de la vía para entretener a los viajeros. Bien podía ser así.
Qué otras versiones del silencio había, dando vueltas allá afuera, donde no se escuchaba el tac-tac de las ruedas de acero zapateando en los rieles. Qué otras voces infamarían esos silencios. Silencios de ranas cantando a la vera de un arroyo pidiendo agua. Silencio de vacas rumiando y soltando leves mugidos de placer de vez en cuando. Silencio de niños dormidos que hablan en sueños contándose las aventuras del día, esos delitos terribles de los que papá y mamá no deben enterarse.
Cómo eran las casas solitarias que se identificaban en plena noche sólo por la luz amarillenta que salía de sus ventanas. Quiénes vivían ahí. Qué hacían despiertos a esas horas. Qué preocupaciones los desvelaban hasta tan tarde. Qué programas estarían viendo en sus televisores. Qué canciones estarían sonando en sus radios. Qué libros se habrían dormido junto con ellos, acurrucados en sus regazos.
A quién pertenecían esos caballos que de puro entusiasmados corrían por unos segundos a la par del tren y nos regalaban el espectáculo majestuoso de sus crines ondeando a la luz de la luna como si cada uno llevara una ola del mar haciendo equilibrio sobre sus cogotes.
"103 asientos", decían unos carteles chiquitos que iban atornillados cerca de las puertas de cada uno de aquellos vagones. Qué forma tendría el árbol imaginario que quedaría dibujado en el mapa al trazar la trayectoria de cada uno de esos 103 caminos que se habían juntado en la estación al partir y se irían separando con el paso de las horas y los carteles con nombres de pueblos reales o imaginarios.
Qué formas tendrían las casas que los esperaban. Qué sonidos empezarían a escuchar cuando bajaran en el andén y el tren se hubiera alejado.
Qué colores y texturas tendrían las sábanas entre las que descansarían por fin del traqueteo del viaje. Qué otros viajes emprenderían al soñar.
Es difícil ahora, tan lejos en el tiempo y el espacio, saber adónde iban los trenes perezosos del verano aquél...