15-03-16 Llanto

Los deudos. Los niños perdidos en la playa. Los cielos de tormenta. Los abandonados y desamorados. Los nostálgicos. Las rosas de Cristian Castro. Los ganadores de premios. Las chicas solteras en ceremonias de casamiento. Los picadores de cebollas. Los histéricos varios...
¿Por qué lloran los que lloran?
Los que lloran, lloran por lo general porque la vida es una escuela de llantos. Nacés y esperan que llores. Y después llorás porque es la única manera de hacer notar que algo te pasa.
Pero el universo del llanto es una máquina mal hecha que nunca logra los resultados que debería. Llorás para que te den la teta y te acunan. Llorás porque te duele algo y nadie entiende qué te duele.
Sin embargo, cuando aprendés a hablar la cosa no es muy diferente. Ni cuando ya sabés expresar si te duele la panza o te hartaste del cochecito y el Cd de los Beatles para bebés. Ni cuando te recibís de licenciado en letras o dominás a la perfección el swahili.
Cada momento trae consigo su propio dolor, su propio llanto, su propio desencuentro.
Otra cosa sería si estuviera reglamentada la funcionalidad del llanto. La cantidad de lágrimas que corresponden al abandono de una novia o a una muela inflamada. Pongamos que así fuera: Entonces, cubierto ese cupo, el dolor debería remitir y abandonar el alma o el maxilar derecho, según corresponda.
No ocurre de esa manera. El llanto nos viene en momentos inesperados. Se ausenta junto cuando quisiéramos mostrar más entusiasmo en un velorio poco animado, y así.
Sin embargo, hay que decirlo, hay algunos momentos en los que el llanto se encuentra con su dueño real. Como una pieza de engranaje que de golpe entra en el lugar exacto para el que fue creada. Y sobreviene uno de esos llantos poderosos, llenos de sal y de ácido corrosivo. Llantos que queman las mejillas a su paso. Llantos que le arrancan chispas a los ojos. Llantos torrenciales que riegan los lechos resecos de los ríos. Llantos que venían abriéndose paso desde hacía rato por las corrientes subterráneas. Llantos de magma ardiendo, de urgencia seminal, de  reclamo de justicia. Llantos de verdad. Llantos consumidores. Llantos de esos que se alimentan a sí mismos.
Esa clase de llantos.
Lágrimas de quázar, con una densidad tan grande que podrían ellas solas absorber la luz y el tiempo.
Esa clase de llantos, hijos de esa clase de soledades, que sólo pueden morir en los brazos de una mujer, en la inmensidad en la que se clavan las rodillas ante Dios, o tal vez en las líneas de un poema.