Adiós, María Elena


Te fuiste, María Elena, y te lloran todos.

Llora Manuelita, mucho más que al volver vieja de nuevo de París. Llora el brujo de ese lugar impronunciable. Lloran Chaucha y Palito. Llora Pocopán, más pobre y sólo que nunca. Y lloran cada uno de ellos: Tus personajes que, como la creación de todos los grandes de las letras, trascienden lo que las letras dicen.

Porque quién se va a creer esa fantasía de que la historia termina cuando al pie de la página aparece la palabra FIN. Mentira. Los personajes siguen su vida, que quizá no es tan interesante o aventurera como para que se la esté contando, pero no cabe duda de que las historias continúan, y ellos, los seres que surgieron de tu imaginación, deben andar todavía por ahí, en algún lugar de ese reino no muy lejano en el que todo está al revés.

Lloramos nosotros, los que te leíamos de chicos, pero te entendimos (o creímos entender) ya de grandes.

Es que todavía te necesitamos.



Quién les va a explicar a los chicos del futuro todo eso que ni siquiera nosotros podemos asimilar...

Quién va emprender la imposible tarea de recordar en el país del Nomeacuerdo...

Quién va a decidir si usar el cuchillo o el tenedor a la hora de dar caza a la naranja que el intrépido mono liso atrapó viva a la orilla de una zanja...

Quién va a guiar el avión cuatrimotor del galeno que, inyección mediante, pondrá fin a las diabluras de los hoy multiplicados brujitos de Gulubú...

Quién nos va a llevar hasta la quebrada de Humahuaca para ver con nuestros propios ojos a esa vaca que, en un rincón de la escuelita, repasa su lección...

Quién sacará de su abatatamiento a la reina batata cuando la mire el cocinero...

Quién nos dirá dónde está la tetera de porcelana que no se ve, y quién abrigará la leche cuando tenga frío...



Seguramente no te hubiera gustado escucharlo, pero todos deseamos que te hayan hecho un lugarcito en el cielo.

Vos no creías mucho en eso, pero nos hiciste tanto bien...