Eliminando criaderos de dolor


Descacharrar. Ese término que se escucha tanto ahora con esto del dengue. Des-cacharrar, algo así como deshacerse de los cacharros. Y los chacharros -fijate que si lo decís varias veces seguidas empieza a sonar raro- vienen a ser como esos invitados molestos de los que te tenés que deshacer porque no suman nada bueno y por el contrario, te ensucian la casa, el terreno, y se conviertenen en criaderos de mosquitos o de vaya a saber qué otras alimañas. Porque cacharros hay en todos lados. En la casa del humilde vecino de las afueras y en el chalet de fin de semana de algún ricachón al que ni le conocemos la cara. Cacharros que alguna vez fueron otra cosa, pero ya no lo son. Porque ese tarro que ahora está ahí medio enterrado, con varios centímetros de agua negruzca en el fondo y un montón de larvas creciendo en él, antes fue otra cosa. Esa olla primero dio riquísimas comidas pero después en sus tiempos de vejez fue explulsada de la cocina y debió peregrinar al patio, donde sirvió como maceta, y más tarde, abollada y descolorida, casi irreconocible, terminó acá, entre el pasto, medio tumbada, y con un poquito de agua en la que se están amontonando los mosquitos. La superficie de esta mínima cantidad de agua está agitda porque, de a poquito, van emergiendo de ella los mosquitos jóvenes que nacen, se asoman a la vida y tras caminar sobre las aguas, dubitativos como un San Pedro en medio de la tormenta, se echan a volar y a cumplir con su destino de picar, extraer sangre, y tal vez contagiar el dengue. Todo saliendo de un chacharro que nadie en la familia recuerda que está ahí, aunque todos saben que está ahí. 

Y después están los otros cacharros, los del alma, que son los más difíciles. 
Ya se sabía que todo esto iba a terminar en ese lugar, porque todo va al alma. Todo, incluso los cacharros. Y andamos muchos por la vida arrastrando esos criaderos de mosquitos con nosotros. Sin poder olvidar algo que nos pasó; algo que nos hicieron, algo que nos quedó agarrado a las entrañas y por más que tironeamos, no quiere salir. Cacharros de formas y colores diversos. Cacharros que alguna vez nos hicieron felices pero hoy sólo nos enferman y si no los tiramos nos van a matar. Tiempo de descacharrarnos por dentro, que es lo más difícil, porque a un tanque de mil litros, si nos ponemos de acuerdo entre muchos, lo movemos, pero este dedal, esta tapita de botella, que está en el fondo del corazón de esa persona a la que la hirieron en su infancia... Es mucho más difícil de mover, y está en un lugar al que sólo Dios puede llegar. Y dejarnos alcanzar es lo único que nos puede salvar. Y nos cuesta dejar que alguien pase al terrenito del fondo, al rincón del patio al que nosotros nunca vamos, al lugar en el que las larvas se reproducen y se convierten en mosquitos, y nos enferman... Al final todo eso nos enferma. 
Sacar los cacharros del pasado que no fue, las esperanzas vanas, las maravillas que no fueron. Sacar a la calle esos restos de amarguras nunca lloradas. Las lágrimas que nos guardamos esa vez, y la otra, y después otra vez más, hasta que nos enfermaron. Las larvas en crecimiento del rencor, el odio. Lo que nos mató la fe. Hubo un momento en el que se te pudrió la fe. Ahí, entre tanto cacharro, la fe se pudrió y ahora es muy difícil recuperarla. Pero si no lo intentás, si no limpiás el terreno del fondo... Bueno; ya sabemos lo que pasa.
Por eso, animate: Ponete las zapatillas y los pantalones viejos, la remera esa que te reagalaron pero no te gusta ni un poquito, y a limpiar el fondo de casa.
Y seguro que cuando empecés a revolver, alguno de esos cacharros, la olla de la que hablamos antes, por ejemplo, te va a dar lástima tirarla. ¿Y si la vaciamos y la dejamos de nuevo donde estaba? ¿Qué mal puede hacer? Y ahí es donde no podés aflorjar. Tirala de una. Ni lo dudes. Limpiá todo, tirá todo. Cortá el pasto, eliminá los criaderos de tristezas. 
Y después, mucho después, en unos meses, o tal vez en unos años, cuando te animes y vuelvas, es posible que hasta veas que crecen flores ahí donde antes había puros cacharros viejos.