16-06-12 ¡Crack!


¡Crack! Es la onomatopeya que representa un quiebre. Algo se rompe y es ¡Crack!.
Siempre estará ese momento en el que vos y ella se van a mirar a los ojos, parados en la grieta, en el lugar en el que los continentes se separan.
La vas a mirar despacio, como queriendo decirle algo que no sabés enunciar, sintiendo que tal vez estás tomando la decisión equivocada. Tu mente trabaja a miles de kilómetros por hora. Va mucho más rápido de lo que puede expresarse con palabras.
Tal vez haya un abrazo, una súplica velada de que algo cambie, de que un sacudón oportuno rompa los límites de la pesadilla. Pero no pasa nada. Nadie viene a rescatarte. En ese momento estás completamente solo.
Ella te mira pero estás solo. Ya estás solo.
Pensás que tal vez estás equivocándote. Ella piensa que tal vez están equivocándose. Pero se trata de seguir un plan que se decidió antes, y de pronto ese antes les parece tan lejano, tan borroso.
Y es, antes que nada,  porque ya no se pueden recitar tan claramente los motivos que los están separando; esas manos color noche que se la están llevando, que te están llevando. Ya no son tan claros ni parecen tan convincentes los motivos que los pusieron a ambos lados de la grieta.
Sentís el ¡Crack! Removiendo la tierra bajo tus pies. A lo mejor ella te pide que la abrases y en realidad te está pidiendo que digas algo que pueda detener el tiempo, enroscarlo y volverlo atrás. Pero la vida no es una película.
Ya es hora de que alguien revele esta verdad.
Una vez que esta despedida acabe, te vas a preguntar muchas veces si fue una buena decisión.
Nunca lo vas a saber.
Después la historia seguirá. Si te enterás algo de ella, será como tener noticias de un viejo amigo, pero al mismo tiempo te vas a alegrar si las noticias no son buenas y te vas a preguntar qué clase de monstruo sos, deseando el mal a quien alguna vez amaste.
Todo eso, decidido por un instante en el que el ¡Crack! sale de las entrañas de la tierra, empujado por el magma hirviente que está ahí adentro del globo desde la creación del universo. Ese inconmensurable puchero de piedras que se retuerce en el centro de la tierra hasta que de golpe quiebra la corteza, revienta, ¡Crack!
Todo esto en una noche de luna llena mientras ella te pide que la abrases. Mientras de a poco los brazos no significan nada. Están ahí. Duros, abandonados al destino de no abrazar, como los de los espantapájaros. Sos un ser deformado y chiquitito, un hombre menguante que, al igual que el de Matheson, sabe que al final aguarda otro universo, pero nadie puede acompañarte hasta allá.
Ahora estás solo, ante la perspectiva de algo nuevo. Quizá mejor. Quizá terriblemente peor. Seguramente distinto.
Si alguien te pusiera un espejo en el camino, saludarías con cortesía a ese tipo que te parece conocido, pero casi ajeno por completo.