Se buscan cómplices...

Se buscan cómplices para delitos imperdonables. Esos que son condenados por todos los que se mueren de ganas de cometerlos, pero no se animan.
Cómplices para hacer cosas tales como robar de una vez y para siempre la felicidad y no devolverla más.
Cómplices para cometer travesuras gravísimas como tocarle el timbre a esos destinos oscuros que algunos nos pintan, y salir rajando, dejándolos a todos esperando que pase lo peor.

Una complicidad de esas que no se logra casi nunca, pero cuando se logra…

Para hacer cosas prohibidas, tales como entrar al amor -ese palacio idealizado, todo blanco, todo perfecto- y hacerlo con las zapatillas embarradas de la vida, del camino tormentoso. Y acomodarnos en una contrariedad de pisadas de barro en el piso brillante, sabiendo que sólo aman bien los que traen los pies embarrados.
Cómplices en la aventura de enfrentar al miedo cara a cara.
Para tomarnos de la mano e irnos a hacer cosas estúpidas sin pensar en las consecuencias.
Para no estar de acuerdo y para ser diferentes, dos faltas que no dejaría pasar ninguno de esos jueces almidonados que abundan en la vida.
Para declararnos inimputables cuando vengan a interrogarnos... Por qué escribimos poesías en lugar de memorándums ; Por qué con los dedos, en lugar de hacer cuentas, hacemos magia; Por qué nos tomamos en joda lo mejor del néctar del mundo, en lugar de tomarnos con seriedad sus pastillas amargas.

Se buscan cómplices para romper la vidriera en la que exhiben esa vida mejor que es carísima. Romperla por que sí, porque nos revientan soberanamente las vidrieras.Y luego decidir si tenemos ganas de llevárnos esa vida mejor que se exhibe a precio de dolar blue, o simplemente dejarla ahí, reducida a su verdadero valor, que es poco y nada ahora que el vidrio se rompió y de pronto ya no es inalcanzable.
Para darnos un atracón de caricias yéndonos sin pagar.
Para ponernos espalda con espalda y agarrarnos a trompadas con los inquisidores del desaliento, con los vigilantes del No-Se-Puede, con los soldaditos de la perfección, tan pulcros ellos.

Cómplices que manejen bien las herramientas con las que se roban los besos.
Que usen el amor como un arma y no les asuste robarse a punta de amor la felicidad que nos merecemos.
Cómplices con ese complejo de Robin Hood de quienes esperan que el amor gane algún día, pero mientras tanto se lo llevan a todos los que lo necesitan y andan por la vida repartiéndolo sin pensar cuánto les queda para ellos.

Se buscan cómplices.

Si pensás que calificás para el puesto, si estas características son las tuyas, siempre habrá una esquina en la que encontrarnos para planear uno de esos crímenes terribles...


Luciérnagas (Escrito a fnes de 2009)

Son como las doce de la noche. Llueve en Suipacha. Me quedo mirando por un rato las evoluciones de una luciérnaga bajo el aguacero. Difícil saber qué la llevó a salir de su escondite en una noche como esa, pero ahí está, luchando bajo la inmensidad de un cielo que se le cae encima. 
Faltan horas nada más para la nochebuena. 
Y me quedo pensando, con la vista perdida en ese cielo furioso que explota en relámpagos allá afuera.
Hace pocos días terminó la cumbre de Copenhague. Los principales representantes del mundo en el que vivimos no pudieron lograr ponerse de acuerdo en una cuestión decisiva: Disminuir el calentamiento global antes de que las consecuencias sean catastróficas. Eso quiere decir que millones quedarán sin casa, pasarán hambre y frío, verán hundirse bajo las aguas la tierra en la que crecieron, o morirán por la incapacidad de unos pocos para sopesar lo que es realmente importante y lo que es un simple accesorio. Porque toda la riqueza del planeta es nada si no hay un futuro para disfrutarla. Eso habla de un fracaso. Pero no es el fracaso de la cumbre de Copenhague. No es el fracaso de los presidentes y sus séquitos. No es siquiera el fracaso de un grupo de naciones.
Es el fracaso del género humano. La demostración más clara e irrefutable de que no somos capaces de cuidar lo que más valor tiene, y lo que nos es más imprescindible: El ambiente que necesitamos para vivir. Es el fracaso de nuestros delirios de grandeza, ese sopor filosófico en el que flotamos durante las últimas décadas creyendo que nos alcanzaría con el intelecto y la razón. La ciencia nos sostendría. Construiríamos con nuestras manos todo lo que nos hiciera falta o lo compraríamos por Internet. Quién necesita algo más cuando se es Dios.
Es el fracaso no asumido de un género, porque la humanidad toda, en mayor o menor medida viene construyéndose cada vez más apartada de sus bases. Yo no estaba en la cumbre de Copenhague. Pero sí estaba. Yo no soy el dueño de una empresa que emite gases de invernadero. Pero sí lo soy.
Porque el mundo se asienta, antes que nada, en ideas, y las ideas se generan dentro de hormas que, más o menos ajustadas, obedecen a la moral de quienes las conciben y por ende a las sociedades a las que ellos pertenecen. Nuestra razón, nuestra fé, o la ausencia de ella crearon este monstruo.
Ahora quién para este Golem, es el interrogante. Ahora qué les decimos a nuestros sucesores. Como lo predijo C. S. Lewis, la Abolición de Dios fue el primer paso a la abolición del hombre.
Somos buena gente, pero nos falta humildad. Somos incapaces de permitir siquiera la idea de que alguien sepa más que nosotros.
La Luciérnaga sigue apareciendo y desapareciendo en la oscuridad de la tormenta, un relámpago de juguete entre relámpagos de verdad. Llueve en Suipacha. Faltan horas para la nochebuena.
La Navidad no deja de atraernos, de maravillarnos, de generarnos un sentimiento poderoso dentro del pecho. No sabemos cómo, pero nosotros, pobres, chiquitos, y lejos de casa, todavía mantenemos algo de esa pasión profunda. Casi nadie se sustrae a ese sentimiento. En alguna parte de nuestro ADN está el recuerdo del lugar en el que todo era perfecto, el equilibrio que perdimos cuando nos anotamos por primera vez en el juego de ser dioses.
La luciérnaga hacía esfuerzos por mantenerse en vuelo, pero la lluvia era cada vez más intensa. Imaginé por un instante su lucha. Esa inmensa inconciencia de nacer y morir sin comprender siquiera la magnitud de lo que la rodea, la naturaleza de esa amenaza cada vez mayor que es la lluvia. Una gota que acierta a dar en su cuerpito minúsculo y parece que va a caer, pero no cae. De nuevo está volando, emitiendo su ínfima señal de vida en medio de la noche. Hay millones de luciérnagas, pero para ella sólo hay una luciérnaga, agonizando en su minúscula desesperación de bichito de luz.
Así debemos ser nosotros vistos desde las estrellas. Nuestra historia llena de héroes y tiranos es la historia de todos, somos más o menos iguales. Nuestras ciudades, vehículos, monumentos, megaconstrucciones, son nada más que costra en la superficie del planeta. Nuestros siglos son los minutos de alguien más grande.
Qué podemos saber nosotros, náufragos en una inmensidad de la que no conocemos los límites.
La búsqueda de la felicidad de un hombre es la de todos los hombres.
La estupidez de todos nos trajo hasta acá.
Es hora de volver a casa, el nido del que la luciérnaga no debió salir esta noche.
Faltan horas para la Nochebuena.
Mientras todos seguimos luchando desesperadamente para ser Dios, una fecha cualquiera nos recuerda que una vez Dios se hizo hombre. Quizá ahí haya que ir a buscar la humildad que perdimos. En el olor a estiércol de un pesebre, en la soledad de la noche.
No funcionó nuestra excursión a solas por el universo minúsculo que podemos alcanzar. Papá nos prestó el auto y lo chocamos al llegar a la esquina.
Hay que volver con la mirada baja.
Hay que hacerlo ya.
Llueve en Suipacha. El viento pega en la ventana, tira contra el cristal un puñado de gotas, y se va.
Faltan horas nada más para la Nochebuena.
Me quedo todavía un rato más mirando la oscuridad de afuera, pero ya no vuelvo a ver a la luciérnaga. 

Lo que más jode (Texto viejo, de cuando yo tenía pelos)

Lo que me jode claramente es lo imposible
No las cosas que no pasan por ahora
No el destino que se tuerce si me esfuerzo
Lo que mata es lo que nunca va a pasar
Lo que me matan son los besos imposibles
Las miradas que jamás me mirarán
Lo que mata es la verdad más fuerte y cruda
Impunidad con que me hacés ilusionar
Lo que me jode no es que seas ilusoria
Jode más que no me quieras escuchar
Lo que me jode son los los restos de la historia
Episodios que jamás se emitirán
Es un boomerang fugaz que no retorna
Esa esperanza de que vas a reaccionar
Es una esquirla de la noche cuando explota
Este pedazo de ilusión que me clavás
Lo que me jode no es que seas tan remota
Jode sentir que estás a un paso de llegar
Lo que me jode no es la acción de esta derrota
Es la reacción de no volver a verte más

Un viaje así

Un día te cansás de llorar, y empezás a sacudirte la tristeza como si fuera tierra en la ropa.
Remontás la angustia y te acordás de las palabras que definen la sonrisa. 
Un día empezás a vivir otra vez.
Una mañana soleada y cálida recuperás el control; te metés por la fuerza en la cabina y tomás el mando de los días que te esperan.
Le hacés frente al espejo y le prometés a esos ojos casi extraños que te miran: Que ya no vas a llorar por nadie más que no merezca el llanto. Que les vas a pagar todas las deudas de sonrisas que les debés. Risa sobre risa se las vas a pagar.
Te parás de cara a la noche y les gritás a esos fantasmas que se esconden en la negrura que no les tenés miedo. 
Que vengan, nomás. 
Que ya no les tenés miedo.
Un día te abrazás a la vida como a un pedazo de madera en medio del naufrágio.
Es ese día en el que te ponés de pie, sacudiéndote la derrota como si fuera polvo en la ropa, y encerrás el pasado bien adentro de la jaula del olvido.
Un día estás parado en la línea de partida otra vez. Dispuesto a recorrer el camino que haya que recorrer. 
Es un día de sol en plena primavera, como todos los días felices. Te dejás llevar por la brisa, por el olor del campo, del pasto recién cortado, de las calles de tierra regadas por la lluvia...
Y empezás otra vez a viajar.
Hacia lo desconocido. Hacia las tierras salvajes donde aguardan monstruos caídos del mapa, pero también paraísos insospechados.
Hacia los besos que te resta saborear. Hacia el silencio y la calma. Hacia el rugido y la agitación visceral. Hacia el destino de barro que espera ser moldeado. Hacia el caos del que nace todo lo nuevo. Hacia la piel. Hacia las raíces que se entierran en el pubis del universo y le arrancan un grito colosal que salpica estrellas como si fueran gotitas de saliva. 
Hasta la playa solitaria en la que te quedarás mirándote, oyendo el rugir del mar y sintiéndote por fin en casa.
Un viaje desde y hacia tu destino.
Un viaje para el cual es necesario este primer paso que das ahora, con la mirada puesta en algo que está más allá; Con las manos apretando tan fuerte las manijas de los bolsos que se ponen blancos los nudillos, pero no te das cuenta; Con la sensación de que por fin las máquinas de la felicidad se han puesto en marcha de nuevo.
Un viaje así...
Un viaje a la realidad.


Evidencias de que llega la primavera

Evidencia 1: Hoy al amanecer el sol entró de un modo diferente por entre las cortinas, como llamándome y reclamando mi presencia.

Evidencia 2: Vos, y tu modo de mirarme.

Evidencia 3: Esas ganas de salir al aire, al sol, a la vida, Ese correr furioso de la sangre en las venas.

Evidencia 4: Los "panaderos" de diente de león. Poquitos. Los primeros, que aparecen abriendo camino a muchos otros que llegarán más adelante.

Evidencia 5: La flor del patio. Ella solita se basta para gritarle al mundo que la vida está triunfando de nuevo.

Evidencia 6: La niebla suave de la mañana. Una montaña de algodón desmenuzado en el horizonte.

Evidencia 7: El pájaro que detuvo su vuelo esta tarde en el marco de la ventana. Nos miramos. Y se fue volando sin haberse asustado.

Evidencia 8: Las canciones de la radio, que son las mismas, siempre repetidas, girando en una calesita sin final, pero ahora parecen significar otra cosa.

Evidencia 9: A uno se le hace que, después de todo, tal vez se pueda volver abuscar la fe, la esperanza y el amor, al punto del camino en el que los hayamos dejado.

Evidencia 10: La sensación de que algo mucho mejor está llegando... 

03-09-14 - CÓMO ENCONTRARTE (En diez sencillos pasos)

1- Querer encontrarte. Por que sí, porque estaría bueno. Porque de alguna manera hay que arrimarse a pedirle a la vida las sonrisas y los besos que nos debe. Arrimarse a la vida como a un mostrador. Asomarse al amor como a una ventana. Siempre sabiendo que lo que vale está más allá de nuestro alcance; pero con la certeza de que lo que queremos es buscar,más que poseer.
2- En fin: Salir temprano de casa con una sonrisa de triunfo anticipado, o de derrota bien disimulada, que se ven casi idénticas.
3- Ir por el camino. Pensar en lo bueno que sería encontrarte.
4- Pensar también en lo bueno que sería encontrarte ahora, en la calle, de pasada, y que tal vez tengas tiempo para un café, o una charla, o uno o dos siglos de amor.
5- Llegar a destino sin haberte encontrado, y aún así no ceder al desánimo. Poner cara de no-me-importa
6- Transcurrir el día pasando de hora en hora como si se estuviera atravezando paredes cada vez más gruesas.
7- Llegar a eso de las ocho de la noche, cuando el sol ya se escondió, pensando que no, que no hay esperanzas de encontrarte. Y sintiendo un poquito de dolor de cabeza que probablemente sea el fruto de tanto encarar paredes en el punto 6.
8- Prender la tele. No encontrar nada bueno para ver. Poner un disco. Sacar el disco. Poner otro. Sacarlo. Buscar el libro ese de Wilbur Smith. Recordar que lo tenés vos y que prestártelo no fue una buena idea porque seguramente no lo leerás, pero si lo leés te vas a querer ir a África, como les pasa a todas las chicas como vos que lo leen. Y peor aún: Sospechar que tal vez ya te fuiste y estás en algún lugar cerca de Table Mountain mientras se te busca en este cacho de llanura embarrada al oste de Buenos Aires.
9- Pensar en llamarte para preguntarte si por casualidad no tenés el libro de Smith y al instante cambiar de idea, más que nada porque ahora el sueño está llegando y el saldo de todos los cabezasos a las paredes se hace notar.
10- Sentir que los párpados van cayéndose despacio, y que el mundo gira cada vez más lentamente. Y ceder finalmente ante el sueño. Y tal vez -quién sabe- soñar con vos.

Amenazas de primavera

Amenazas de primavera en el aire de agosto... Una advertencia de que algo mejor está a las puertas y no hay que dejarlo pasar. Cuando llegue, no habrá silencio ni soledad que puedan detenerlo. 
La felicidad, a la que yo identifico inevitablemente con el calor, porque siempre hacía calor en esos momentos. La felicidad, decía, no puede andar muy lejos... Tiene que estar en cualquier sitio por acá cerca, dejándose encontrar, con esa sencillez de niña que tiene la felicidad; Con esa inocencia de ojos inmensamente abiertos de asombro; Con esa propiedad de lágrima que al brotar define lo indefinible. Nadie puede resistirse a una lágrima, y menos si es de felicidad. A ver si se entiende de una vez, y lo digo para todos: Yo voy directo a la felicidad. Sin escalas a la risa, al momento de plenitud en el que todo lo otro cobra sentido. Yo no quiero la lágrima. No amo el ceño ni la frialdad de la mirada. No me resigno, ¿Ok?.
No voy a dejar de patear la puerta.
Ese bello romanticismo del sufrimiento se lo dejo a los que nunca han sufrido de veras; Que los que no conocen de problemas reales sigan encargándose de los problemas imaginarios. Mientras ellos definen sus propias cosmogonías, yo me limito a creer. A Creer que algo viene y es mejor. Inventemos, pues, una sonrisa con los ingredientes que tenemos.
Seremos libres. Conscientes, despiertos, y felices, que es la única manera de ser libres que vale la pena.
Ahora que el aire es tibio y hay, como ya se ha dicho, amenazas de primavera cerniéndose como fantasmas buenos en el aire de agosto, todo lo antedicho parece más posible. Sentemos en el trono a la sonrisa, que de eso se trata.
Tal vez alguno o todos los que leen esto puedan ayudar...

#ViajeAlaRealidad

Amantes del silencio

Amantes del silencio. Eso somos. Lo acariciamos, nos ganamos su confianza. Y justo en ese instante, metemos la palabra. La palabra se clava en la carne del silencio y queda ahí, incrustada, resaltando, diciendo. 
La palabra existe porque el silencio la lleva puesta. 
Lo que decimos es una manchita en el cuero suave del silencio. 
La esencia de lo que decimos está en ese espacio entre una palabra y otra. Las palabras más bellas son esas que mejor adornan la piel del silencio. 

Entrás al ISER, y si todo va muy bien, en tres años tenés chapa de Locutor, con un número que certifica que ya sabés manejar las palabras. 

Después te lleva toda la vida aprender a seducir al silencio.

Gracias a todos los que me saludan en el Día del Locutor!!!

27-06-14 Curar

Curar. Sanar el tiempo. 
Recomponer la melodía,
Entresacándola del ruido.
Reanudar la trama.
Retomar como se pueda el hilo del relato.
Reabastecerse de sonrisas y seguir.
La carretera interminable desde el miedo
Hacia la luz y la esperanza.
Descorrer cortinas viejas y raídas.
Componer otros poemas que te nombren
Sin nombrarte.
Saltar todas las paredes.
Quemar todos los barcos y los puentes.
Tapiar todas las puertas de emergencia
Para no volver atrás.
Para no escapar de las palabras 
Y decirlas de una vez.

Curarte, que es lo mismo que olvidarte. 
Con las manos y los labios.
Con las venas y los huesos.
Con la piel y los cartílagos.
Con el sudor y la saliva.
Con las múltiples maneras de llamar
A eso que flota acá, en mi adentro.

Construir, deconstruir, nacer de nuevo
Y volver cada vez más sabio.
Más intenso.

Curar. Sanar de nuevo.

Y después será el momento de empezar
A comprar nuevas ilusiones a otra boca,
Ver crecer las margaritas desde abajo,
O ser feliz con cada célula del cuerpo…

Niebla de vos

No te dedico más temas en la radio
Ni te compro más regalos
Aunque siempre quieras más
No te espero más, ni espero
Que me esperes en el chat

No te escucho más ni quiero
que me escribas confesando
Desamores verdaderos
o los otros que inventás
Aunque llega un nuevo invierno
Y es de noche, y me llamás

No hay más luces encendidas
para vos que llegás tarde
y al volver la luz del día
te marchás
sin saludar
No te escribo más poesías
Ni derrocho margaritas
ni te dejo ilusionarme
nunca más...

No te cuento más las cosas
que aprendí dando tropiezos
ni tampoco desperdicio más consejos
ni ese viejo acto-reflejo
de volverme a enamorar

Nunca más...

Tarde, y a deshora,
te confieso que te quiero
pero ya aprendí que eso
no te importa ni es sincera
tu propuesta de amistad

Si no somos el amor
que no seamos ni lo inverso
que no queden ni las llamas
ni cenizas de los versos
que escribí pensando en vos
ya no serás ni la pasión
Ni la esperanza ni el aliento
No serás más que recuerdo
Y nada más
Niebla de vos

Risa

De génesis imprecisa, de aparición imprecisa. Improbable. Rayos de sol que la ventana tira adentro sin saber cuánto la vida debe a un poco de esa luz. De generación casi espontánea, saliendo de un rincón del universo y recreándose a si misma.
Vuelve como el agua que la tierra se ha tragado cuando nace y vive en las hojas de un árbol.
No hay modo de matarla. No hay modo de romperla. No hay manera de que el invierno la reclame. No hay un día en el que el gris oscuro de la noche no se quiebre con un golpe de tu risa.

El Flaco - Lección 1

"Enamorarse es lo peor", dice el flaco, y se recuesta en el sillón, como si fuera a dar un discurso de esos que cambian el mundo, tipo "Tengo un sueño"
Pero el flaco no es tan altruista ni tan noble ni tan inteligente como el Dr. King. Eso sí: Está convencido de que sabe todo sobre el amor. Y le gusta dar clases.
"Enamorarse es lo peor", suelta el flacó, y sigue: "Cuando te enamorás es como si te prendieran un ventilador adentro de la cabeza. Te empieza a agitar los papeles y ya no podés concentrarte en todas las minas del mundo, como corresponde. ¿Entendés por qué es una tragedia? Mirá que hay muchas... y sin embargo a vos de golpe te gusta una sola. Y esa es siempre la que no te da bola, la que está en otra o directamente te odia. Llega una noche en la que te das cuenta de que podrías estar perfectamente acompañado, y sin embargo estás solo, esperando un milagro que no va a llegar nunca. Al final, enamorarse es la manera más segura de quedarse solo"

Monstruito

El amor es un monstruito bueno que ignora su propio nombre. 
Una deliciosa falla en la Matrix. 
Un chiste que sólo hace reir a unos pocos. 
Una ilusión tímida, que casi nunca sobrevive al paso del tiempo. 
Pero cuando lo logra...
Eso es el amor: 
Agarrar una soga a punto de cortarse y tirarte con ella al precipicio esperando que por esta vez resista. 
Es una señal de auxilio que casi nunca es vista por la persona indicada. 
Un puzzle con millones de piezas. 
Pero, antes que nada, es un monstruito que no asusta a nadie. Tan chiquito y enfermo. Y tan confundido que casi nunca sabe cuál es su propio nombre.

Musas

Ellas son tan histéricas. Tan difíciles de entender. Tan impredecibles. 
Y tan imprescindibles.
Tienen el poder de dejarte pegado a sus espaldas cuando se van. Tienen el poder de arrastrarte atado por el hilo suave de su aroma.
Una o muchas; Dos, en mi caso.
Pero a veces más, ahora que lo pienso. 
Ellas son tan histéricas, tan locas, tan odiosas. Pero tan lindas.
Son tan malas, tan crueles, tan abandónicas.
Descuartizadoras de neuronas, chupasangres del ego, incendiarias de autoestimas.
Ellas saben exactamente dónde y cuándo tocarte. Conocen interruptores que habitan ocultos en vos hasta que ellas desempolvan los trastos viejos de tu memoria y te dan de comer placer o espanto o las dos cosas al mismo tiempo.
Ellas son las únicas que saben definir al amor, pero esa definición te la entregan de una manera borrosa, casi ilegible. Te dan ese papel ajado en el que ellas escribieron con la tinta de lágrimas viejas la más magnífica definición del amor; Pero te lo dan ahora, cuando ya casi no se entiende nada lo que dice.
Ellas son tan poderosamente ellas, que están en todas partes y se prueban muchas caras y muchos cuerpos y sin embargo no dejan de ser las que eran. Dos en mi caso, pero a veces muchas más.
Y son tan odiables, tan indignantes, tan descuidadas de uno, tan dolorosas, tan dementes.
Esclavas de la libertad y amantes del cautiverio. Hijas de una mente de la que son madres y nodrizas y maestras y acusadoras y condenadoras y verdugos y enterradoras y redentoras y madres otra vez...
Ellas, las más hermosas. Las más amadas. Las hijas de un dolor que muere en el placer y vuelve en belleza y en vida.
Ellas, las esperadas.
Ahora mismo yo las espero. Cuando lleguen con su huracán de color y furia convertida en letras y sonidos, estaré acá, esperándolas.
Tal vez vengan, o no. No importa. Tal vez estén entregándose a otro con las mismas ganas con las que solían amarme, y tampoco importa.
Sólo importa saber que van a venir. Tarde o temprano van a llegar, y acá estaré...
Musas. Así las llaman.
Tratar de describirlas es la peor de las incoherencias, porque sólo son ellas relatándose a sí mismas, y el que escribe esto hace rato que no participa en el relato…
Que acá, al final, ponga “Damián”, si quiere. Que firme como quiera...
Ahora todos saben que fuimos nosotras las que escribimos estas líneas.
Y todas las demás…

Aspiramos tanto a ser Julio

Porque todos los fuegos son el fuego, todos los escritores que quieren hacer algo genial son Julio, y sin embargo tan poco Julio, tan insuficientemente Julio. El truco, el artificio que sigue cobrando víctimas, está en esa seguridad que tenés cuando se te da por empezar a escribir. 
Porque parece tan fácil, tan jodidamente fácil, eso de hacerle el amor a una metáfora una y otra vez pero siempre de una manera diferente, que no puede ser que vos no lo logres. Vos, yo, el tipo que se acaba de parar en la calle y mira una moneda tirada en la vereda y después sigue su camino…
Cualquiera parece poder escribir un cuento sobre un cronopio que se echa a dormir a  la sombra de una flor. No se trata de tramas laberínticas, ni de complejos mecanismos de relojería en los que cada engranaje-palabra es imprescindible como el verbo mismo. 
No puede ser tan difícil, che. 
Y entonces uno empieza a imaginar la andanzas posibles del cronopio y no sale nada digno, nada que supere la media de todos los que lo intentaron antes o lo intentarán después. Leés las dos o tres líneas que escribiste y la fila de hormiguitas que corren de izquierda a derecha se rebelan, como un grupo de alumnos de quinto grado que no están conformes con representar el drama de fin de curso y entonces en pleno escenario, cuando ya toda resistencia es inútil y la vergüenza y el oprobio los acribillan con cincuenta miradas de mamás orgullosas, ensayan su última revolución moviéndose como estatuas, olvidándose los parlamentos, parándose en el lugar equivocado, todo bajo el tul suave y melancólico de las maldiciones de maestras frustradas que no pueden hacer otra cosa que sonreír fingiendo que todo está bien y el cruce de los andes mucho antes de la batalla de Suipacha pero mucho después de las invasiones inglesas. Todo el relato como escrito con tinta roja de maestra enojada. 
Y siempre esa recurrencia del sueño, esa vana repetición del sueño. Volver a escribir tratando de ser Julio, cuando vos, Julio, no trataste nunca de ser vos, y capaz que ahí estaba la clave para encontrar el cuento que te haga justicia. Pero el tipo de la moneda se da cuenta de que nadie lo estaba mirando y entonces por qué no volver a tomar lo que por ley del destino le pertenece. Pero cuando se agacha descubre que ahí, en el piso, la redondez chata no es más que la punta del hilo que lleva a una trampa, porque la moneda está pegada al piso. El tipo no cede y trata de clavarle las uñas al lugar en el que la moneda se adhiere a la baldosa, pero no encuentra un solo lugar por el que empezar a ablandar la resistencia. Después, mucho después, se incorpora mirando con vergüenza para todos lados y sintiéndose tan violeta. Todavía atina a darle unos golpecitos con el taco del zapato. Una medida inútil que obviamente no da resultado. Así es que se va, dejando escapar un silbido melancólico y con las manos en los bolsillos en los que falta y faltará siempre esa moneda pegoteada que pudo ser suya y de hecho lo fue, pero nunca fue suya.
El escritor entonces viene a ser más que nunca un cronopio desdichado y húmedo.
Sin embargo, de vez en cuando alguien logra despegar la moneda y unas líneas cortazarianamente correctas se dejan apoyar en el papel para que el sueño de escribir tan bien, tan envidiablemente bien como Julio siga vivo. 
Son gente casi de otro mundo. Elegidos. O irreverentes que ya no le temen al fantasma de Cortázar y se le arriman de a poco, por donde se pueda, pero se le van arrimando. Esos privilegiados, que indudablemente hicieron un pacto con el diablo en un ritual presidido por La Maga, ofrendando un paraguas viejo arrojado desde algún puente…  
Y uno, entre ellos; tan pobrecito…  

Aventuras de un segundo suicida

Que cada segundo de vida sea este segundo, que se balancea en la amenaza de irse y nos obliga a vivirlo de la manera más intensa posible.
Que la eternidad se almacene en cada sonrisa tuya o mía.
Que los que te han dado un momento de felicidad reciban la felicidad a cambio.
Que el aire que ambos respiramos se más puro que ayer. Que las fábricas de humo se chupen su propia muerte, que revienten y que al explotar caigan sus pedazos convertidos en una lluvia de flores.
Que el verano del primer beso sea eterno.
Que cada segundo de vida sea este segundo loco que se ríe parado en la corniza, que juega a que se tira y nos obliga a correr y agarrarlo, porque ya lo vemos irse al vacío.
Que cada chico del mundo amanezca abrigado, alimentado, rodeado de amor.
Que hablemos menos del pecado, y más de la gracia.
Que una o dos veces al día nos acordemos de que hay alguien que nos necesita.
Que al menos una o dos veces al día nos asomemos a la felicidad de hacer felices a los demás.
Que cada segundo de vida sea este segundo demente que pone una pierna a cada lado de la baranda y se ríe a carcajadas de nuestra desesperación por retenerlo de este lado.
Que aprendamos a amar el nudo del relato, la trama incómoda que nos lleva de a poco a la felicidad.
Que seamos libres del miedo. Así, cortito, simple: Libres del miedo. 
Que nos animemos a pensar y soñar más allá de nuestras cabezas.
Que cuestionemos más a los que nos dicen la verdad y le demos al menos una oportunidad al discurso de los locos.
Que los burócratas del mundo se coman todos sus papeles, planillas y formularios y que les caigan muy mal.
Que los seis o siete capitalistas del mundo que acumulan suficiente plata como para alimentar al resto de la humanidad, se coman todos sus billetes, y les caigan muy mal.
Que los que discriminan al diferente se coman sus palabras y les caigan pesimamente mal.
Que los que desprecian la vida tengan tanta vida como se merecen.
Que cada segundo de vida sea este segundo que vuelve a nuestros brazos, pero se arrepiente y corre de nuevo a tirarse, y se tira, y en plena caída se detiene, rebota en un punto invisible y vuelve hacia la cornisa. Pero queda incómodamente parado, haciendo piruetas al borde de caer.
Que podamos salvar a este segundo que insiste en irse. Que encontremos la única manera de salvarle la vida a este segundo que ahora vuelve a perder el equilibrio y se va inclinando de poquito. 
Que amemos con tanta intensidad, con tal fuerza, con una fiereza tan grande, que cada segundo sea como este sgundo. Este segundo que tiene firmada su sentencia de muerte, que no puede ser apresado entre los dedos. 
Que amemos de modo tal que este segundo que ya cae, que ya se estrella, que ya casi muere, sea eterno...