BURBUJA

El peso específico de todas las tardes de domingo. La sombra que cae sobre la luna en los eclipses. La belleza siempre random de la cera derretida. La caricia que detecta, irregular, la cicatriz.
Todo eso que es placer pero dolor al mismo tiempo está encerrado acá, en esta burbuja que se escapa.
Todos los partes que se emiten desde el frente. Los campos blancos en la helada del invierno.
La reacción buscando acciones que le den por fin una razón de ser. Los pasos aburridos que va dando la rutina rumbo a algún sitio que ya sabe de memoria. Todo está en esta burbuja que se agranda, abarca el mundo y casi explota, pero no todavía.
La grieta que nació allá, en los cimientos, y se estira, ramifica, busca el techo.
El goteo de la lluvia en las canaletas oxidadas.
Todos los protones y neutrones que se mueven y están quietos y están acá pero también en cualquier otro lugar para que la cuántica cobre su sueldo a fin de mes con un bono a la eficiencia; para que le den otro premio al mejor empleado, aunque siga sin hacer lo único que serviría: disponer que la gente esté cuando no está, y viceversa, según lo exija la trama.
El peso específico de todos los anocheceres de todos los últimos días de vacaciones, y todas las mañanas después de navidad.
Todos los aullidos de los perros a la luna. Todos los incendios sofocados cuando sólo eran un fósforo. Todas las promesas no cumplidas. 
Todo lo que es pero no.
Todo está en esta burbuja tan fácil de desgarrar... Hasta el vértigo que sentís al estirar el brazo hacia ella. El brazo que se prolonga en una mano, que a su vez precede a un dedo que se estira y casi va a tocarla y ya la toca y se le escapa, pero el viento, y ahora sí, la toca.
Se hunde un poquito su superficie. La piel de las burbujas está hecha de un material extraño. Una aleación de cristal fusionado con niebla y con relleno de almohadas. 
El dedo presiona, y parece que la burbuja va a ceder. Hay un lapso de tiempo indefinido en el que prevalece el optimismo y la idea de que el dedo va a lograr atravesar la burbuja, entrar, salir de ella y todo seguirá sin mayores cambios. 
Pero al final no. 
Se produce el cataclismo. 
Si no existiera otro ruido en el mundo, podríamos aguzar el oído al punto de percibir la furia con la que se abre una herida en la piel de la burbuja, y la herida crece, se multiplica, y al final revienta.
En algún punto microscópico del piso llueven pedazos de burbuja, como chatarra espacial.
Pero acá, de este lado de las proporciones, la burbuja simplemente ha desaparecido. 
Y con ella, tantas cosas.
El mundo sigue girando. Parece que nadie se da cuenta. Pero nosotros no somos como ellos. Sabemos que hemos causado una tremenda alteración en el universo. 
Ahora, al mundo le falta una burbuja.
Y todo lo que tenía adentro.