Uno ha nacido tres veces

Uno ha nacido tres veces. 
El primer nacimiento: Con la bocanada de aire inicial entrando en los pulmones. Uno mismo emergiendo a la luz del día, a la obligación de ser fuera del útero. 
El segundo nacimiento: Al salir al amor como se sale a un patio helado en una mañana invernal. Entrar con la piel tierna y desprotegida a la dulce desesperación de no ser eterno. 
El tercer nacimiento: cuando uno despertó al desengaño y a la acción de reconocer que el amor nunca había sido más que un animalito enfermo y siempre al borde de morirse. Cuando uno entiende que todo lo que tenía en las manos eran las palabras y los besos, que nunca son garantía de nada.
Tres veces me han parido. 
Tres veces tuve la tentación de volver atrás, me resistí a nacer. 
Tres veces me empujaron sin dejarme decidir si quería hacerlo o no.
Y en cada una de las tres ocasiones fue una mujer la responsable de ese nacimiento.
Bien o mal paridos, vamos igual por la vida. 
Pero hay dos cosas que habría que hacer de vez en cuando. 
La primera: Agradecer a las mujeres que, por turnos, lo vienen dando a luz a uno desde hace décadas. 
Y la segunda: rogarle a Dios que a su momento la muerte también venga traída por una mujer. Ya sea en un compasivo beso cargado de veneno o con la dolorosa suma de todos los olvidos.