Nos abrazábamos; es decir: Nos convertíamos en brasas...
Estallábamos en brazos que eran como tallos de plantas que nacían de nosotros.
Plantas verdes y gigantes de especies extrañas germinando en el abrazo. Y a
cada brazo le correspondía otro brazo del mismo modo que a cada ojo le
correspondía otro ojo y a cada beso le correspondía otro beso. En esa
correspondencia entre unos labios y otros labios las palabras, ya no hacían
falta. Las palabras, reemplazadas por el encuentro de los labios, que ahora se
hablaban labio a labio.
El reencuentro de un beso de antes, reinventado, reintentado,
reinsertado, reconstruido, renacido, reformulado.
Nos abrazábamos; es decir, nos llenábamos de brasas, nos
quemábamos en un fuego que trascendía la piel y apelaba a la carne del alma, a
la sangre de la emoción, a las venas y arterias palpitantes donde se encierra
la decisión de abrazar, que suena parecido a arrasar, que es como caer sobre un
territorio y cubrirlo de fuego, o de espanto, o de vida. Arrasar, que es llevar
al ras, donde ya no hay más nada, donde se han agotado las posibilidades de los
cuerpos como ahora se agotan las posibilidades de una palabra. Y desafiar la
nada. Crecer, como plantas, que de pronto empiezan a herir el aire con sus
manos recién nacidas y rayan el cielo con sus ramificaciones siempre crecientes.
Rayan el cielo saliendo desde la nada, como lo hace un rayo, pero desde abajo y sin brutalidad, sin generar el pánico. Como
este abrazo, que copiaba las formas de un combate, de un violento choque de
cuerpos, pero en realidad no era más peligroso que las ramas de un árbol, o las
caricias de la brisa. Nos abrazábamos, que es como decir que de pronto éramos
un universo lleno de brazos y de cuerpos.
Y ahora, en el vacío que se fue generando entre mis dos
brazos, la oscura vacuidad va devolviendo la percepción real de las cosas. Las
brasas son nada más que recuerdos de ceniza tibia. Los brazos son dos brazos,
ni uno más.
Y la real dimensión del silencio está en todas partes, como
un viejo amigo al que le debemos algo que no podemos reusarnos a devolver.
Pero todo el silencio del mundo no ocupa este vacío
redondeado. Este no estar que tiene la forma de tu espalda ahí donde mis manos
se juntan; y tiene la redondez de tus pechos a la altura de mis costillas, y la
forma delicada de tu oreja ahí donde escuchabas latir mi corazón. Este abrazo
ya sin calor y sin brazas, está nombrándote más que aquél otro. Este molde de
tu cuerpo que el tiempo no logra deshacer dice tu nombre mucho mejor de lo que
puede decirlo ninguna palabra. Nombra tu ausencia y renombra tu recuerdo.
Este abrazo sos más vos que todas las versiones de vos que
puedan andar por el mundo.
Nos abrazábamos, y eso es como decir que nos convertíamos en
brazos. Corazones con brazos.
Abrazábamos, que es como decir que aferrábamos la ilusión de
no estar tan solos en el mundo.