El corazón como caballo de Troya

El corazón como caballo de Troya.
Como una demencial bestia que galopa por adentro de uno sin saber escapar de ese laberinto que es el pecho. Un abismo, una vacía oquedad en la que se pierde, oscurecido, el rojo monstruito indefenso pero maligno.
El corazón, que siempre está dispuesto a bombearnos en las venas un amor que no podrá ser, una mentira hecha de perfumes y sonrisas, una falsedad que se nos mete por las arterias y baja hasta el lugar en el que las piernas tiemblan y al final claudican. Piernas que ceden al impulso de ir y someterse a los deseos del enemigo.
El corazón como un huésped maldito que está a la espera de la noche, cuando saldrá a recorrer pasillos y abrir puertas en busca de la habitación en la que dormimos, sin sospechar que viene hacia nosotros el cuchillo que se nos clavará en la espalda.
Ese huésped que late.
Ese huésped que se empeña en querer a quien no nos querrá jamás.
El corazón, ese caballo de Troya que se agita de placer cada vez que somos besados por labios que no nos aman. Se regodea en el gusto inmundo de llevarnos de cabeza al precipicio donde aguardan las lanzas y las flechas.
Andamos por la vida con pies y manos aparentemente libres, pero en realidad somos esclavos del corazón que late a la espera. La paciente espera de que de él broten los asesinos, los mercenarios del alma.
La espera de una mañana en la que el maldito caballo de Troya vomite de vuelta su carga de muertes frenéticas y hambientas.
Todo es perfecto hasta que el corazón entra en el juego. Derriba murallas sin mover ni siquiera una piedra, acaba con las resistencias sin eliminarlas. Burla las guardias sin matar a nadie. Sólo pasa a través de la razón y construye un puente para que la mentira nos domine en una dimensión donde ya somos esclavos. Siempre esclavos. Y rara vez felices.
Y es tan cruel, tan cínico, que hasta nos convence de que le escribamos canciones y le dediquemos poemas a esa aberrante felonía que late.

Ahí lo tienen, desenmascarado, el insidioso caballo de madera que trae la muerte en el hueco de su vientre.
Ya nadie dormirá tranquilo.
Despreciarán estas palabras como despreciaron la profesía de Cassandra.
Pero nada de eso cambiará el destino.

En el oscuro mundo amurallado, tras la seguridad de nuestra conciencia, bajo la manta que nos cubre para que el mundo no nos hiera, late el corazón. Ese caballo de Troya.