Máquinas

"Las Maquinas de la felicidad", es el nombre de uno de los libros menos famosos de Ray Bradbury. Siempre me gustó ese título, y creo que hasta escribí algún poema inspirado en esa idea (si no fue a parar al galpón del fondo para deleite de las ratas, puede que esté en algún lado junto a otros papeles). 
Me fascina la idea de que nosotros -vos, yo, todos- somos, en nuestra compleja naturaleza, tan singular, las piezas que accionan la felicidad. 
Somos detonantes de la felicidad, y podemos generarla con sólo proponérnoslo.
Una sonrisa, un apretón de manos en el momento oportuno, una palabra de aliento, un silencio acompañado, y repentinamente el mecanismo se enciende: Un generador enorme alimenta unas lámparas que de golpe se orientan a vos y te iluminan la cara suavemente, como una caricia. 
Una serie de complejas palancas y varillas aceitadísimas te abren los ojos, te pulen la mirada. 
Se oye un potente crujido cuando empieza la lucha de los cables que tiran hacia arriba de la comisura de tus labios, y de a poco se te va dibujando una sonrisa. 
Pero eso es sólo el comienzo, porque al mismo tiempo, las maquinarias están trabajando a todo vapor adentro tuyo, insuflando calor a tu alma, derritiendo el miedo, evaporando la tristeza. 
Una larga cadena de montaje viene desde lejos a descargar toneladas de fe en la explanada de tu alma. 
Una serie de poleas, que se estiran al máximo y rechinan por el esfuerzo, te acelera el ritmo del corazón. 
Las máquinas de la felicidad son perezosas, pero cuando se activan se vuelven imparables. Echan humo y vapor, se agitan, escupen chispas, y así de a poco el sistema se va poniendo en marcha. 
Sonreís.
Y me mirás. 
Y yo, que hasta hace unos segundos también estaba triste, te veo y siento que algo se agita adentro.
Veo lo que no veía antes. Quizá alguna sutileza, un cambio en la tonalidad de tu pelo, un cambio en el tono de tu voz, o el vuelo de tus manos. 
La máquina se enciende; se queja en el esfuerzo, pero se pone en marcha.
El ciclo empieza de nuevo. 
Siempre distinto. 
Cada vez más poderoso.
Desde algún lugar, Dios mira de vez en cuando que todo ande bien, pero no se preocupa demasiado. Confía en sus máquinas. 
Y sabe que somos capaces de hacerlas funcionar a la perfección. 

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