Todos los paisajes del alma


 Todos los paisajes del alma.

La suma de todas las noches ofrendadas a esperar milagros ya negados de antemano.

El inconstante fulgor de una llama que está por apagarse y vuelve a ser, para contradecir a la noche pero sólo durante unos segundos.

Esa parcela del recuerdo en la que todos los amantes se sienten uno solo.

El rechinar de dientes en el frío y la desolada sequedad de los desiertos calcinados.

Todos los paisajes del alma.

Todas las versiones de la canción del viento entre las ramas de una planta reseca en otoño.

Todas las postales enviadas desde un ayer lejano y borroso. 

Todas las desilusiones de primavera.

Todos los brindis por cosas que no fueron. Litros y litros de futuros imposibles.

Todas las escaleras hechas con los palitos resecos de los sueños y las promesas.

Todos los paisajes del alma.

...Y uno acá, a estas horas de la noche, contemplándolos…

EL HOMBRE MOSCA SE ROBA UN MILAGRO

¿Volver adónde?
¿A un lugar? ¿A un momento? ¿A un estado de ánimo?
Volver puede ser la fantasía más refinada y bella. Pero no deja de ser una fantasía.
Cada minuto que pasa atraviesa un límite invisible que ya no se podrá cruzar en sentido contrario. Ahora ese minuto existe en el recuerdo, donde podemos visualizar su belleza, pero nada más que eso. No se puede tocar, abrazar, oler... No se puede cruzar el vidrio. Uno lo embiste, lo empuja, pega a él la nariz tratando de estar un poco más cerca. Uno se vuelve una mosca que busca atravesar un vidrio. La mosca que choca y choca tercamente sin lograr más que dañarse y sufrir una ansiedad sin fin por ese espejismo que parece estar tan cerca y sin embargo habita del otro lado de la vida.
Luego todo empeora, cuando el tiempo empieza a incidir sobre ese recuerdo, cambiándolo, quitándole algunos matices, algunos colores, modificando sus formas. Como cuando la luz borra de a poco a los personajes de una foto, el tiempo hace lo mismo con esos recuerdos, para que al final todo el ayer se vaya disolviendo.
A veces, sin embargo, de tanto hurgar, de tanto pegar cabezazos al vidrio, el hombre-mosca-uno-mismo da con lo inesperado: un agujerito en el cristal. Una pequeña grieta. Un permiso otorgado de mala gana por la tiranía del olvido.
A veces es un perfume que trae el viento del verano. A veces es un conjunto de palabras que ayer integraron un código secreto y por algún motivo inexplicable todavía no han perdido su efectividad. A veces es una foto. A veces la grieta en el cristal se presenta en un sueño.
Sin importar cómo sea, lo cierto es que entonces, por uno de esos errores en los protocolos de Dios, un fragmento destinado a archivarse vuelve a ser desclasificado. Y salimos corriendo con nuestro botín. Nos traemos de contrabando una cuota de felicidad que quisiéramos poder guardar para siempre.
Claro que no es posible, y ahí nos quedamos, chocando de nuevo el vidrio, mirando la foto que se va disolviendo. Esperando el próximo milagro.

Treguas

Y todos estamos peleando alguna batalla.

De las difíciles. O de las cotidianas. De las que se pueden ganar. De las que cuesta saber cuál será el desenlace. De las que están perdidas de antemano pero igual vale la pena pelearlas. Esas que parecen habernos tocado por error, porque todo indicaría que eran para a alguien con otras aptitudes, y sin embargo vinieron a nombre nuestro y ahora hay que hacerse cargo.

Batallas de todos los colores y formas, peleadas en los más variados campos. Y enfrentadas con las estrategias que se puede, las que hay a mano. Peleadas con aquellas armas que teníamos cerca cuando sonó el primer cañonazo.
Algunos van al frente a los gritos, porque eso les da coraje. Otros lo hacen en silencio, pero pelean con la misma fuerza, con las mismas ganas, con el mismo deseo de que las victorias lleguen.
Victorias que se ven allá lejos, en un horizonte que de cuando en cuando se pierde en la niebla, y a veces vuelve a aparecer. Se acerca, se aleja, aparece a unos pocos metros, se desvanece y al siguiente momento está a cientos de kilómetros.
Algunas victorias son de la misma raza que los espejismos. Cada nuevo día, abrís los ojos y pensás: “Capaz que hoy sí”; “Tal vez este sea el día”; “A lo mejor ahora pasa”. Y con ese manojo de esperanzas salís a la luz de la mañana, porque el que se queda en la cama pierde; y porque el miedo es más miedo cuando te abandonás quieto en la sombra.
Sin embargo, a veces hay treguas.
Las hay de un ratito, o de un rato largo: Un buen chiste; una caricia; un cuento de Bradbury; una oración; la risa de un chiquito; un café compartido; la música; ese sueño que nos trae por un rato a alguien que extrañábamos; un beso; un rayo de sol en una tarde de invierno; una voz conocida en el teléfono; una caminata; La tibia caricia del perdón; un olor de primavera que llega en la tarde; fotos viejas; una sopa caliente; otro beso; La visita de esa persona que estábamos esperando; El perfume de las hojas amarillas de un libro que leímos de chicos...
Treguas como esas, que te hacen sentir que todo lo peleado vale la pena. Momentos en los que toda la energía perdida vuelve a vos. Cosas que le dan sentido a todo lo demás.
Siempre hay que volver a la carga, pero entonces ya no es lo mismo.
Después de esas treguas, todo parece posible de derrotar: Los ejércitos más bravos; las hordas zombies; los Orcos; la brisa nocturna que asesinaría a la rosa; Los “ellos”; los trífidos, los Langoliers, el malvado Gárgamel, y lo que sea que se cruce...
Esas treguas son esenciales para seguir adelante.
Es posible que vengas de una jornada difícil, de una dura batalla. Pero también es posible (quiera Dios que sí) que estas palabras hayan sido una pequeña tregua para vos.

Se buscan cómplices

Se buscan cómplices para delitos imperdonables. Esos que son condenados por todos los que se mueren de ganas de cometerlos, pero no se animan.
Cómplices para hacer cosas tales como robar de una vez y para siempre la felicidad y no devolverla más.
Cómplices para cometer travesuras gravísimas como tocarle el timbre a esos destinos oscuros que algunos nos pintan, y salir rajando, dejándolos a todos esperando que pase lo peor.

Una complicidad de esas que no se logra casi nunca, pero cuando se logra…
Para hacer cosas prohibidas, tales como entrar al amor -ese palacio idealizado, todo blanco, todo perfecto- y hacerlo con las zapatillas embarradas de la vida, del camino tormentoso. Y acomodarnos en una contrariedad de pisadas de barro en el piso brillante, sabiendo que sólo aman bien los que traen los pies embarrados.
Cómplices en la aventura de enfrentar al miedo cara a cara.
Para tomarnos de la mano e irnos a hacer cosas estúpidas sin pensar en las consecuencias.
Para no estar de acuerdo y para ser diferentes, dos faltas que no dejaría pasar ninguno de esos jueces almidonados que abundan en la vida.
Para declararnos inimputables cuando vengan a interrogarnos... Por qué escribimos poesías en lugar de memorándums; Por qué con los dedos, en lugar de hacer cuentas, hacemos magia; Por qué nos tomamos en joda lo mejor del néctar del mundo, en lugar de tomarnos con seriedad sus pastillas amargas.
Se buscan cómplices para romper la vidriera en la que exhiben esa vida mejor que es carísima. Romperla por que sí, porque nos revientan soberanamente las vidrieras.Y luego decidir si tenemos ganas de llevárnos esa vida mejor que se exhibe a precio de dolar blue, o simplemente dejarla ahí, reducida a su verdadero valor, que es poco y nada ahora que el vidrio se rompió y de pronto ya no es inalcanzable.
Para darnos un atracón de caricias yéndonos sin pagar.
Para ponernos espalda con espalda y agarrarnos a trompadas con los inquisidores del desaliento, con los vigilantes del No-Se-Puede, con los soldaditos de la perfección, tan pulcros ellos.
Cómplices que manejen bien las herramientas con las que se roban los besos.
Que usen el amor como un arma y no les asuste robarse a punta de amor la felicidad que nos merecemos.
Cómplices con ese complejo de Robin Hood de quienes esperan que el amor gane algún día, pero mientras tanto se lo llevan a todos los que lo necesitan y andan por la vida repartiéndolo sin pensar cuánto les queda para ellos.
Se buscan cómplices.
Si pensás que calificás para el puesto, si estas características son las tuyas, siempre habrá una esquina en la que encontrarnos para planear uno de esos crímenes terribles...

03-06-20 Oración


Señor: Seguro que por ahí las cosas están bastante agitadas por estos días. 

Si nunca están tranquilas, no quiero imaginar ahora. 
Pero si justamente ahora inclinaras tu oído un poco, solamente un poco, y entresacaras palabras de palabras y lágrimas de lágrimas, si revolvieras este gigante revoltijo de intenciones, esta colosal montaña de deseos y sueños y lamentos, habría algunas palabras que encontrarías repitiéndose una y otra vez.
Una oración de pocas palabras que resuena en el silencio de pasillos húmedos y despintados, en el hermetismo de los abrazos más cerrados, en la oscuridad de las noches más largas. 
No podés dejar de escuchar esta oración que se reitera y reitera y reitera. Sale por puertas y ventanas de edificios, casas, ranchos, claustros, salas, patios, templos, cuevas, mentes. 
Esta oración pide algo simple e imposible al mismo tiempo. Desafía al poder con la osadía de quien siente que tiene poco para perder. 
Si escucharas el conjunto de todas las voces que te nombran en todos los idiomas, en todos los tonos, en todas las regiones, seguro que podrías recomponer desde esa confusión una melodía perfecta, un compás inalterable, una coincidencia de intenciones que no podrían conseguirse si no existiera una partitura universal que está dictando paso a paso los mismos acordes a la orquesta que ora: 
Señor...
Vos sabés de qué te hablo. 
Vos sabés qué silencios gritan esta oración desde lo profundo de nuestras entrañas de hombres y mujeres del ayer, del hoy, del mañana. 
Vos sabés que nunca estamos más cerca de vos que ahora, cuando lloramos abrazados a tu presencia invisible.
Vos sabés más que nadie lo que pasa en este instante.
Si lo hacés, vas a escuchar esta oración. Hasta yo he podido escucharla en muchas ocasiones con estas orejas pobres que no pueden oír el estruendo que hace una flor al abrirse o una pluma al chocar contra la tierra o una mariposa al agitar el aire con sus alas de color puro. 
Seguro que vos también escuchás esta oración en la que todos coincidimos... 
Si es así, no guardes silencio.

Vení.
Vení desde el fondo de la luz y de la vida. Vení desde el punto en el que se hacen realidad los sueños. Vení desde la tierra en la que el dolor se disuelve al sol como los rastros de una feroz helada de julio. 
Vení "desde un rincón del bosque o desde la selva de la memoria", como decía Jacques.
Vení y simplemente soplanos la frente con tu paz, porque las otras maravillas se acomodan a ese soplo. 


Guerras


Pueden bendecir las armas en su nombre.
Pueden invocarlo en su grito de batalla.
Pueden ponerle su nombre a las bombas.
Pueden buscar viejas profecías que le den un sentido a la demencia.
Y pueden nombrarlo todo lo que quieran. 
Pero nada cambia la verdad: Dios siempre está del lado de los débiles y el único reino que le importa es uno hecho a la medida de los más chiquitos.
Nunca se olviden de eso.

La felicidad

La felicidad son todas las magníficas expectativas que pasan por mi cabeza hasta el instante en el que tu indiferencia las aplasta.

Es eso, y el placer de darme cuenta de que sin vos el mundo sigue girando; el sol sigue saliendo; los rituales de las fiestas siguen siendo igual de aburridos; los manuales de instrucciones siguen enseñando todo menos lo que necesitamos saber y doce pisos, como decía Julio...
La felicidad tiene más que ver con el único beso que importa -que es el que no me das- que con los muchos que podrían aguardarme por ahí.
La felicidad es un estado de ánimo privativo de los que no conocen el mañana.