Treguas

Y todos estamos peleando alguna batalla.

De las difíciles. O de las cotidianas. De las que se pueden ganar. De las que cuesta saber cuál será el desenlace. De las que están perdidas de antemano pero igual vale la pena pelearlas. Esas que parecen habernos tocado por error, porque todo indicaría que eran para a alguien con otras aptitudes, y sin embargo vinieron a nombre nuestro y ahora hay que hacerse cargo.

Batallas de todos los colores y formas, peleadas en los más variados campos. Y enfrentadas con las estrategias que se puede, las que hay a mano. Peleadas con aquellas armas que teníamos cerca cuando sonó el primer cañonazo.
Algunos van al frente a los gritos, porque eso les da coraje. Otros lo hacen en silencio, pero pelean con la misma fuerza, con las mismas ganas, con el mismo deseo de que las victorias lleguen.
Victorias que se ven allá lejos, en un horizonte que de cuando en cuando se pierde en la niebla, y a veces vuelve a aparecer. Se acerca, se aleja, aparece a unos pocos metros, se desvanece y al siguiente momento está a cientos de kilómetros.
Algunas victorias son de la misma raza que los espejismos. Cada nuevo día, abrís los ojos y pensás: “Capaz que hoy sí”; “Tal vez este sea el día”; “A lo mejor ahora pasa”. Y con ese manojo de esperanzas salís a la luz de la mañana, porque el que se queda en la cama pierde; y porque el miedo es más miedo cuando te abandonás quieto en la sombra.
Sin embargo, a veces hay treguas.
Las hay de un ratito, o de un rato largo: Un buen chiste; una caricia; un cuento de Bradbury; una oración; la risa de un chiquito; un café compartido; la música; ese sueño que nos trae por un rato a alguien que extrañábamos; un beso; un rayo de sol en una tarde de invierno; una voz conocida en el teléfono; una caminata; La tibia caricia del perdón; un olor de primavera que llega en la tarde; fotos viejas; una sopa caliente; otro beso; La visita de esa persona que estábamos esperando; El perfume de las hojas amarillas de un libro que leímos de chicos...
Treguas como esas, que te hacen sentir que todo lo peleado vale la pena. Momentos en los que toda la energía perdida vuelve a vos. Cosas que le dan sentido a todo lo demás.
Siempre hay que volver a la carga, pero entonces ya no es lo mismo.
Después de esas treguas, todo parece posible de derrotar: Los ejércitos más bravos; las hordas zombies; los Orcos; la brisa nocturna que asesinaría a la rosa; Los “ellos”; los trífidos, los Langoliers, el malvado Gárgamel, y lo que sea que se cruce...
Esas treguas son esenciales para seguir adelante.
Es posible que vengas de una jornada difícil, de una dura batalla. Pero también es posible (quiera Dios que sí) que estas palabras hayan sido una pequeña tregua para vos.

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