Una advertencia de que algo mejor está a las puertas.
Cuando llegue, no habrá silencio ni soledad que puedan detenerlo.
La felicidad -que yo identifico inevitablemente con el calor, porque siempre hacía calor en esos momentos; La felicidad, decía, no puede andar muy lejos...
Tiene que estar en cualquier sitio, dejándose encontrar, con esa sencillez de niña que tiene la felicidad; Con esa inocencia de ojos inmensamente abiertos de asombro; Con esa propiedad de lágrima que al brotar define lo indefinible. Nadie puede resistirse a una lágrima, y menos si es de felicidad.
A ver si se entiende de una vez, y lo digo para todos: Yo voy directo a la felicidad. Sin escalas a la risa, al momento de plenitud en el que todo cobra sentido.
Yo no quiero la lágrima.
Yo no amo el ceño ni la frialdad de la mirada.
Yo no me resigno, ¿Ok?. No voy a dejar de patear la puerta.
Ese bello romanticismo del sufrimiento se lo dejo a los que nunca han sufrido de veras; que los que no conocen de problemas reales sigan encargándose de los problemas imaginarios.
Mientras ellos definen sus propias cosmogonías, yo me limito a creer. A Creer que algo viene y es mejor.
Inventemos, pues, una sonrisa con los ingredientes que tenemos. Seremos felices, aunque serlo nos cueste la felicidad misma.
Ahora que el aire es tibio y hay, como se ha dicho, amenazas de primavera cerniéndose como fantasmas buenos en el aire de agosto, todo lo antedicho parece más posible.
Reinventemos la sonrisa, que de eso se trata.
Tal vez vos puedas ayudarme...