Pasamos, colosales y torpes, vagamente parecidos al ser que reflejamos.
17-03-21 Pasamos
Pasamos, colosales y torpes, vagamente parecidos al ser que reflejamos.
13-04-04 Kilómetro a kilómetro
Dicen que después el tiempo enseña. Eso que llaman crecer. Parece que, como todo se aprende, también se aprende a disimilar en las despedidas.
Pero de una manera u otra uno llora como cuando era
chico.
Para mí que los seres humanos no estamos hechos
para despedirnos. Lo nuestro no es eso.
Nos acostumbramos, pero no es lo nuestro.
¿Se acostumbrará uno a viajar?
Viajar; ese verbo ambiguo que trata de definir el
vértigo de saber que minuto a minuto uno está más lejos de ella. De vos. De anoche.
Qué decir de anoche que no esté escrito. De vos,
siempre a punto de llorar, y yo secretamente queriendo que al final te
decidieras por el llanto. De ese único momento en el que al fin reventó tu
angustia como una bomba y supe que por fin no iba a tener que aguantar verte
aguantar. Tu dolor fluía a chorros. Salía afuera por fin. Tu cuerpo se encogió
y se hizo leve entre mis brazos. Si no te abrazaba fuerte, te caías, igual que
el agua de tus ojos.
Y tu voz, tan quebrada, tan distinta.
Y tus besos, en cuya humedad germinaban lágrimas.
Qué más decir de anoche. Lo que se puede pronunciar
ya estaba escrito, pero es mucho más lo que no encuentra un lugar en las
palabras.
No aliviana nada el saber que ya sabíamos. Siempre
queremos saber, pero luego, cuando sabemos, eso no nos sirve para nada. Quién
puede prepararse para hacer que un desprendimiento sea menos des.
Aunque siempre es des. Y no queda otra que amoldarse a esa sinceridad terrible,
dolorosa, tan punzante, tan desprendimiento con DES en mayúsculas, subrayado y
en negritas.
Ahora es el tren. Primero había sido el colectivo.
En el colectivo veníamos parados, apretados y derritiéndonos mientras
avanzábamos tan despacio por las entrañas de este abril caluroso y húmedo. Acá
el traqueteo de las vías le entra a uno por las nalgas, va escalando de a poco
por la espalda, y al final sentís que es tu cerebro el que va a los saltos
adentro de tu cabeza. El cerebro, todo. Saltos dentro de la cabeza. Las horas
van pasando sin cambios. Todas llenas de más y más lejos; llenas de ya casi pero
todavía no. Las horas llenas de esa malicia que les hace susurrar al oído que
estamos más lejos, pero no sólo en el espacio y a buen entendedor ya se
sabe.
Acá soy cada vez más consciente de que hay algunos
momentos que no regresan.
Ya se sabe lo que se dice del tiempo, que es un
río, y que nunca es el mismo cuando uno vuelve, y todo eso.
Yo qué sé. Qué va a pasar cuando llegue, yo qué
sé. Voy a poder dormir sin sueños o voy a escuchar una y mil veces los
ecos del silencio de tu llanto en mi cabeza. Yo qué sé.
Las distancias, si bien son más que físicas, duelen
en el cuerpo también. El bolso pesa muchísimo; se le agregan una tonelada o dos
por cada kilómetro. Pero mejor no hacer cálculos ni listar nada. Por ejemplo,
si hago la lista de todo lo que pierdo por cada kilómetro, no me queda otra que
abrir la ventanilla y saltar.
Pero no. Prefiero soltar solo los ojos y dejar que
cuelguen y se arrastren por el campo buscando el punto en el que el sol se
escondió hace poco dejando un horizonte teñido de rojo.
Daría todo por tenerte acá de nuevo sentada en mis
rodillas, de nuevo al alcance de mis manos, de mi boca, de mi piel, de lo que
está debajo de la piel, por dentro de los huesos.
Pero no. Sos carne del tiempo y el espacio que se
escapan hacia el horizonte cuando miro por la ventanilla.
Así las ciudades también siguen pasando y yo no dejo de sentirte lejos. Vos lejos, y yo sin más instrumento que estas poquitas letras para irte sangrando lentamente.
Brisa fresca en un mediodía de verano
A veces una brisa fresca como la de hoy divide el verano. Aire que parece robado al mar, aunque el mar esté tan lejos.
Todos los paisajes del alma
Todos los paisajes del alma.
La suma de todas las noches ofrendadas a esperar milagros ya negados de antemano.
El inconstante fulgor de una llama que está por apagarse y vuelve a ser, para contradecir a la noche pero sólo durante unos segundos.
Esa parcela del recuerdo en la que todos los amantes se sienten uno solo.
El rechinar de dientes en el frío y la desolada sequedad de los desiertos calcinados.
Todos los paisajes del alma.
Todas las versiones de la canción del viento entre las ramas de una planta reseca en otoño.
Todas las postales enviadas desde un ayer lejano y borroso.
Todas las desilusiones de primavera.
Todos los brindis por cosas que no fueron. Litros y litros de futuros imposibles.
Todas las escaleras hechas con los palitos resecos de los sueños y las promesas.
Todos los paisajes del alma.
...Y uno acá, a estas horas de la noche, contemplándolos…
EL HOMBRE MOSCA SE ROBA UN MILAGRO
Treguas
Y todos estamos peleando alguna batalla.
De las difíciles. O de las cotidianas. De las que se pueden ganar. De las que cuesta saber cuál será el desenlace. De las que están perdidas de antemano pero igual vale la pena pelearlas. Esas que parecen habernos tocado por error, porque todo indicaría que eran para a alguien con otras aptitudes, y sin embargo vinieron a nombre nuestro y ahora hay que hacerse cargo.
Se buscan cómplices
Cómplices para hacer cosas tales como robar de una vez y para siempre la felicidad y no devolverla más.
Cómplices para cometer travesuras gravísimas como tocarle el timbre a esos destinos oscuros que algunos nos pintan, y salir rajando, dejándolos a todos esperando que pase lo peor.
Cómplices en la aventura de enfrentar al miedo cara a cara.
Para tomarnos de la mano e irnos a hacer cosas estúpidas sin pensar en las consecuencias.
Para no estar de acuerdo y para ser diferentes, dos faltas que no dejaría pasar ninguno de esos jueces almidonados que abundan en la vida.
Para declararnos inimputables cuando vengan a interrogarnos... Por qué escribimos poesías en lugar de memorándums; Por qué con los dedos, en lugar de hacer cuentas, hacemos magia; Por qué nos tomamos en joda lo mejor del néctar del mundo, en lugar de tomarnos con seriedad sus pastillas amargas.
Para darnos un atracón de caricias yéndonos sin pagar.
Para ponernos espalda con espalda y agarrarnos a trompadas con los inquisidores del desaliento, con los vigilantes del No-Se-Puede, con los soldaditos de la perfección, tan pulcros ellos.
Que usen el amor como un arma y no les asuste robarse a punta de amor la felicidad que nos merecemos.
Cómplices con ese complejo de Robin Hood de quienes esperan que el amor gane algún día, pero mientras tanto se lo llevan a todos los que lo necesitan y andan por la vida repartiéndolo sin pensar cuánto les queda para ellos.
03-06-20 Oración
Señor: Seguro que por ahí las cosas están bastante agitadas por estos días.
Si nunca están tranquilas, no quiero imaginar ahora.
Pero si justamente ahora inclinaras tu oído un poco, solamente un poco, y entresacaras palabras de palabras y lágrimas de lágrimas, si revolvieras este gigante revoltijo de intenciones, esta colosal montaña de deseos y sueños y lamentos, habría algunas palabras que encontrarías repitiéndose una y otra vez.
Una oración de pocas palabras que resuena en el silencio de pasillos húmedos y despintados, en el hermetismo de los abrazos más cerrados, en la oscuridad de las noches más largas.
No podés dejar de escuchar esta oración que se reitera y reitera y reitera. Sale por puertas y ventanas de edificios, casas, ranchos, claustros, salas, patios, templos, cuevas, mentes.
Esta oración pide algo simple e imposible al mismo tiempo. Desafía al poder con la osadía de quien siente que tiene poco para perder.
Si escucharas el conjunto de todas las voces que te nombran en todos los idiomas, en todos los tonos, en todas las regiones, seguro que podrías recomponer desde esa confusión una melodía perfecta, un compás inalterable, una coincidencia de intenciones que no podrían conseguirse si no existiera una partitura universal que está dictando paso a paso los mismos acordes a la orquesta que ora:
Señor...
Vos sabés de qué te hablo.
Vos sabés qué silencios gritan esta oración desde lo profundo de nuestras entrañas de hombres y mujeres del ayer, del hoy, del mañana.
Vos sabés que nunca estamos más cerca de vos que ahora, cuando lloramos abrazados a tu presencia invisible.
Vos sabés más que nadie lo que pasa en este instante.
Si lo hacés, vas a escuchar esta oración. Hasta yo he podido escucharla en muchas ocasiones con estas orejas pobres que no pueden oír el estruendo que hace una flor al abrirse o una pluma al chocar contra la tierra o una mariposa al agitar el aire con sus alas de color puro.
Seguro que vos también escuchás esta oración en la que todos coincidimos...
Si es así, no guardes silencio.
Vení.
Vení desde el fondo de la luz y de la vida. Vení desde el punto en el que se hacen realidad los sueños. Vení desde la tierra en la que el dolor se disuelve al sol como los rastros de una feroz helada de julio.
Vení "desde un rincón del bosque o desde la selva de la memoria", como decía Jacques.
Vení y simplemente soplanos la frente con tu paz, porque las otras maravillas se acomodan a ese soplo.
Guerras
Pueden bendecir las armas en su nombre.
Pueden invocarlo en su grito de batalla.
Pueden ponerle su nombre a las bombas.
Pueden buscar viejas profecías que le den un sentido a la demencia.
Y pueden nombrarlo todo lo que quieran.
Pero nada cambia la verdad: Dios siempre está del lado de los débiles y el único reino que le importa es uno hecho a la medida de los más chiquitos.
La felicidad
Es eso, y el placer de darme cuenta de que sin vos el mundo sigue girando; el sol sigue saliendo; los rituales de las fiestas siguen siendo igual de aburridos; los manuales de instrucciones siguen enseñando todo menos lo que necesitamos saber y doce pisos, como decía Julio...
La felicidad tiene más que ver con el único beso que importa -que es el que no me das- que con los muchos que podrían aguardarme por ahí.
La felicidad es un estado de ánimo privativo de los que no conocen el mañana.
Decálogo de cosas que te enseñaría tu YO del futuro
Uno. Errale en lo que quieras, pero nunca decepciones al niño que sueña. Te lo explico así: Mirá para atrás. En algún lugar de tu pasado hay un niño que sueña. ¿Ya te diste cuenta de que vos sos el único que puede cumplirle ese sueño? ¿Qué estás haciendo al respecto?
31-07-17 Ver pasar la serpiente
Como si eso que avanza allá abajo fuera una serpiente hecha de agua. Larga, pero no infinita. Como si en cualquier momento el río estuviera por mostrar su cola. El cauce se volverá cada vez más estrecho para terminar en una punta que después se irá bailoteando entre las piedras para perderse más adelante, dejándote un lecho reseco y gris. Es el momento en el que decidís; y lo hacés teniendo en cuenta tantas cosas que el vértigo es inmenso, pero más allá de todo lo que se agita en tu mente, hay algunos recuerdos que prevalecen escapando a la tormenta sin que los toque la furia.
Y a esa edad el futuro es pura conjetura. Algo muy lejano y casi fantástico, como la próxima inundación del río, que se desbordaba cada tres o cuatro años y sumergía media ciudad.
La noche se los llevó por diferentes carriles. Una noche que duró ocho años.
Sola.
Se acercó a saludarla. En el primer instante ella pareció incómoda. Pero luego lo invitó a sentarse mientras esperaba a una amiga que iba a caer de un momento a otro. Él se negó, mirando de reojo al lugar en el que su novia hacía palmas con el tema ese de los 19 días-y-no-sé-cuántas-noches. De acuerdo; había algo de tiempo, aunque no tanto como para sentarse. Le hizo las preguntas de rigor. Ella estaba muy bien. Tenía un hijo. Tenía proyectos geniales. Viajaba mucho. Había estado en el Coliseo el mes pasado. ¿Él no había visto las fotos? Ah, no la tenía en Facebook. Prometió agregarla y se dijo para sus adentros que obviamente no lo haría. Bueno, nada, me alegro de que estés bien. Y en los ojos de ella hubo un segundo en el que el paisaje del bar se puso borroso para luego reaparecer. Él le dio un beso en la mejilla y se fue justo en el momento en el que llegaba la amiga a la que ella esperaba.
El placer de charlar se fue convirtiendo gradualmente en la desgarradora necesidad de verse, de tocarse.
En la noche fue al concierto. Ella estaba sola, en una mesa casi en sombras. Le costó encontrarla, pero sabía que iba a estar. Tal como había imaginado, el chico era el hijo de ella. Brillaba en el escenario. Era un increíble vocalista, aunque cantaba cosas que no se entendían.
Y así, el pescador fue el primero en hablarle de ella después de tanto tiempo. Se enteró de que ella había regalado a su ciudad natal aquél proyecto y, según se rumoreaba, también había aportado silenciosamente una parte importante de los recursos para llevarlo a cabo. Tal vez todos los recursos, pero eso tenía que ser una exageración. El pescador le recomendó que siguiera dos cuadras por la costa para conocer el puente.
Pero no pasó esa vez.
Él escuchó esas palabras sin demostrar que cada sílaba le estaba doliendo más que la anterior. De hecho, no lo demostró en ningún momento. Ella igual lo supo cuando se besaron antes de despedirse. Sin que él tuviera que preguntarlo, le dijo que el viaje era por unos meses. Aventuró una fecha en la que debía estar de vuelta, aunque no estaba segura. Sería en el verano.
Me volé de la foto
15-04-17 Está loco
Cuando lo más lógico sería dejar que el mundo haga lo que hace rato viene haciendo mejor, que es destruirse con sus propias armas, él quiere dar la vida por el mundo.
Sí, es innegable. Está loco, y basta verlo: Apuesta al perdedor con una sonrisa y no se deja desalentar cada vez que lo decepcionan, sino que sigue esperando.
En una tierra de números, estadísticas; un mundo impersonal donde una pared basta para que lo que pasa a menos de treinta centímetros de nosotros deje de ser cosa nuestra, él propone el amor. Pero no como un modo de encontrar satisfacción personal, sino que va más allá y propone amar al que nos daña, para que por fin el legado del odio tenga un fin
Sí; tiene que estar decididamente loco. Anda por ahí, pasando entre la gente sin que reparen en él, y no le importa que lo ignoren. Le alcanza con estar, y confía en que van a verlo en algún momento.
Se podría decir que vive en una realidad paralela, diametralmente distinta a la nuestra.
Pero, de vez en cuando, alguien con el alma en carne viva, con el corazón hecho tiras por la vida, lo escucha susurrar; una voz entre tantas voces. Lo escucha y enseguida se enamora de sus palabras. Y decide hacerlas suyas. Y a esa altura ya no puede hacer otra cosa que cerrar el libro para empezar a vivir el libro.
Es ahí cuando las mismas palabras, tantas veces reducidas a la nada por los que pretenden sólo usarlas sin sentirlas de verdad, se vuelven fuego, vida, y desatan una furia transformadora de la que nadie vuelve siendo el mismo. Entonces la historia empieza otra vez: Sale de la tumba, se sienta en el trono, y es el rey que todos necesitamos. El único que tiene algo para decir entre tanto ruido vacío. Su locura cobra sentido.
La terrible tragedia
La terrible tragedia de las hormigas a las que alguien les acaba de patear su ciudadela de tierra ocurre a escasos diez metros del patio en el que una anciana llora Dios sabe qué ausencias mientras la tele llena el silencio con las noticias de una toma de rehenes que ocurre a poco más de cien kilómetros, en tanto que del otro lado del mar arrasan ciudades enteras con armas químicas, todo dentro de un planeta que en pocos años no tendrá suficiente agua ni comida para sus habitantes, gente que, sin importar donde esté, al mirar al cielo encuentra las mismas estrellas de la misma galaxia que ahora ven las hormigas mientras tratan de restaurar su hormiguero.